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Paniculada

MANUEL PERIS Cuenta la crónica de un periódico provincial que la mesa "estilo imperial" (sic) en la que invitaron a comer a Ana Botella el pasado martes en Valencia estaba profusamente adornada sobresaliendo las flores paniculadas que la realzaban. Cada día se aprende algo nuevo, lo de paniculadas no es ningún insulto sino una espiga de racimos descrita por el cronista como "florecillas diminutas blancas de color y extraordinariamente delicadas que forman una especie de nubes y que suelen utilizarse en ocasiones muy solemnes". Pero al margen de esta delicada digresión floral, la visita de Ana Botella presenta aspectos ciertamente interesantes, porque la esposa del presidente del Gobierno vino a Valencia para inaugurar el hogar social para jóvenes de Aldaia. La señora Botella estuvo arropada (expresión muy grata en los ambientes del PP) por la alcaldesa de Valencia, la consellera de Bienestar Social y la esposa del presidente Zaplana. Pese a su presencia en el acto, poco abrigo debió de proporcionarle la alcaldesa socialista de Aldaia que estaba que trinaba con Rita Barberá por transferir marginados de la capital a los pueblos del área metropolitana. Fuera como fuese, lo bien cierto es que la señora Botella -¿o habría que decir la señora de Aznar?- inauguró el local e incluso habló para los noticiarios televisivos. Lo más interesante no fue lo que dijo sobre la marginación social, sino cómo lo dijo. Cabe pensar que los lugares comunes de su discurso fueron pronunciados como señora del señor presidente del Gobierno y del PP, o primera dama como gustan decir sus hagiógrafos. Pero algo tan cursi como el papel de primera dama parece más propio de reinas o de príncipes consortes, pues a fin de cuentas a la monarquía parlamentaria, como institución decorativa que es, se le deben permitir estas vetustas retóricas más inofensivas que el gobierno que ejercieron sus ancestros. Lo de primera dama no es que suene a antifeminista sino incluso, a estas alturas de la liberación de la mujer, parece simplemente antifemenino. Francamente, me resulta difícil imaginar al marido de una futura presidenta del Gobierno español (alguna vez tendrá que haber) ejerciendo de primer caballero del país e inaugurando una instititución benéfica. Y por más que me estrujo las meninges tampoco acierto a comprender qué tiene que ver el relanzamiento de la susodicha primera dama, a la que obviamente nadie ha votado, con el cacareado centramiento de su señor esposo. Porque lo de la señora Botella en Valencia no es un hecho aislado. Ayer, en los buruaguizados informativos de Antena 3, volvió a aparecer la susodicha primera dama en "visita oficial" (sic) a la Pasarela Cibeles, desde donde se dirigió a las cámaras para elogiar el diseño y la calidad de la moda española. Uno, con la infinita comprensión que le otorga el tórrido verano, está dispuesto a pensar que el señor Piqué está muy atareado con las tareas añadidas de portavoz del Gobierno y de centrador de su presidente y que la primera dama ha tenido que venir en socorro de sus labores como ministro de Industria, ramo al que se supone adscrito la moda y el sector textil, aunque no medie para ello nombramiento alguno en el boletín oficial que firma todos los días su esposo. Aunque tal vez todo se pueda explicar por ese modo que tiene la señora Botella de levantar la mandíbula y esa forma de inmovilizar un labio para hablar refinolis que los ingleses llaman posh, que aquí decimos pijo, pero que a partir de ahora bien podría denominarse paniculada.

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