El periodista ante el dolor
Tragedias como la ocasionada, a mediados de agosto, por el terrible atentado terrorista de Omagh en Irlanda del Norte, en el que perecieron 28 personas, entre ellas un adolescente y una monitora integrantes de un grupo de estudiantes españoles de inglés de paso por la zona, plantean a los medios de comunicaciòn y particularmente a los periodistas graves y complicados dilemas a la hora de informar. Una gran parte del caudal informativo que inunda los medios de comunicación modernos se nutre de catástrofes, tragedias y accidentes de diverso tipo que dejan tras de sí un impresionante reguero de víctimas, directas e indirectas. Informar de esos hechos que rezuman dolor constituye uno de los desafíos más delicados al que se enfrenta el periodista en el ejercicio cotidiano de su profesión. Esa faceta-la actitud profesional ante el dolor- aparece tambien en las circunstancias que rodearon la muerte en accidente de tràfico de la princesa Diana de Gales y de su acompañante Dodi Fayed hace ahora un año. La encuesta judicial a punto de concluir acoge el cargo de omisión del deber de socorro a persona en peligro al señalar -habrá que ver con qué pruebas en el juicio oral- que algunos de los paparazzi llegados al lugar del accidente hicieron fotografías en el interior del vehículo tras haber dado la vuelta al cuerpo de la princesa que se encontraba de espaldas a ellos. ¿Cómo compaginar el deber de informar en situaciones de dolor con el respeto de los derechos de las personas que las protagonizan en circunstancias tan extremas para ellas?.La cuestión no tiene nada debaladí. Atañe no solo a derechos sino a sentimientos. Cuando los familiares del adolescente y de la monitora fallecidos en el atentado de Omagh piden a los medios de comunicación respeto a su dolor y a su intimidad no hay razón informativa alguna que pueda oponerse a ese deseo. Y porque no la había los medios han respetado ese deseo y han realizado una acertada cobertura informativa del doloroso acontecimiento, según han reconocido públicamente los familiares.
Los códigos deontológicos no son insensibles a las implicaciones éticas que plantea este tipo de información. El del Colegio de Periodistas de Cataluña, quizás el más explícito, señala que el deber genérico del periodista de respetar los derechos de la persona en su trabajo informativo se hace más exigente "en casos o acontecimientos que generen situaciones de aflicción o dolor, evitando la intromisión gratuita y las especulaciones innecesarias sobre sus sentimientos y circunstancias, especialmente cuando las personas afectadas lo expliciten". Y en parecidos términos se pronuncia el código deontológico elaborado por la Federación de Asociaciones de la Prensa de España. Estos criterios son un buen punto de partida para reflexionar sobre una cuestión a la que las redacciones deben dar una respuesta práctica en su trabajo profesional de cada día. Pero el problema estriba en que la mayor parte de los periodistas desconocen estos códigos y en que las redacciones, absorbidas lógicamente por el afán de sacar el periódico a la calle cada mañana o de elaborar el programa informativo a la hora prevista, no encuentran el momento, lo que no es tan lógico, de reflexionar en conjunto sobre ésta u otras cuestiones que, sin embargo, inciden de manera sustancial en la calidad del producto informativo que elaboran.
No se trata, en modo algunoe, de ocultar la realidad informativa del dolor, tampoco en su dimensión gráfica, sino de respetar a sus víctimas, es decir, no interferir en esos momentos especialmente delicados en las labores de asistencia, abstenerse de captar y difundir imágenes degradantes, no dar a conocer contra la voluntad de quienes las padecen vivencias que como el dolor y el sufrimiento son estrictamente personales y, por encima de todo, ser extremadamente rigurosos y exactos en la elaboración de unos contenidos informativos suceptibles, en caso de ser erróneos o inveraces, de causar todavía más daño a las víctimas y a sus familiares. Incluso en el supuesto de sociedades tan satisfechas de sí mismas que rehuyeran este tipo de información por temor a ver su tranquilidad comprometida o a que se le corte la digestión el periodista no podría dejar de informar de lo doloroso que sucede en el mundo. La automonía de los medios de comunicación, y en concreto la del periodista, tambien debe manifestarse frente a corrientes de opinión o gustos sociales que pretendan imponerles sus propios criterios informativos.
Cristina López Mañero, profesora de Deontología de la Comunicación en la Facultad de Periodismo de la Universidad de Navarra, señala en un trabajo monográfico sobre los criterios deontológicos en el tratamiento informativo del dolor que "lo vivo, personal y patético del dolor, que hace difícil su propia definición, plantean cuestiones que bordean los límites de las valoraciones éticas informativas, lo que convierte la información acerca del dolor en un quehacer sumamente delicado que exige gran finura en su apreciación y en la previsión de sus efectos comunicativos".
A petición del Defensor del Lector la profesora López Mañero ha resumido para los lectores de EL PAÍS, y en este caso más especialmente para sus periodistas, los criterios que, de acuerdo con su estudio, deben tenerse en cuenta a la hora de elaborar este tipo de información. Dice esta profesora: "El dolor es una experiencia humana universal sobre la que, sin duda, hay que informar, pero exige un tratamiento, necesariamente inspirado en la deontología profesional, que respete tanto a quienes protagonizan una información como a quienes la reciben. Sin embargo, lo cierto es que, al mismo tiempo que necesaria, la información del dolor presenta gran complejidad, debido sobre todo a que la expresividad de sus manifestaciones y la atracción que despierta en sus receptores favorece un aprovechamiento injusto del dolor ajeno por parte de los informadores y una muestra muchas veces innecesaria. Y es que el sufrimiento y el dolor son experiencias muy personales, por lo que, aunque la audiencia pueda estar subjetivamente interesada en conocerlas o presenciarlas, no siempre pertenecen al ámbito público y, por lo tanto, no siempre habrá que informar de ellas. Su tratamiento informativo demanda sensibilidad, discrección, compasión y profundo respeto a los dolientes, especialmente a la hora de su representación gráfica. Además, en los supuestos en los que se deba o se pueda informar del dolor, hay que actuar con la prudenci a necesaria para evitar que la información lo provoque o lo aumente injustamente. Del mismo modo, la prudencia ha de estar presente para que, en el caso de que el daño resultante por la difusión de un mensaje informativo sea inevitable, se procure minimizar. En resumen, los sujetos dolientes no pueden desaparecer nunca de la mente ni del corazón del profesional de la información".
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