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Fuego

SEGUNDO BRU El fuego no siempre purifica. El fuego en nuestros montes aterra y devasta. Nada hay que evoque más cabalmente la idea de desolación que el paisaje calcinado tras un incendio forestal, con los rescoldos aún humeantes y los negros esqueletos de los pinos destacando siniestramente en un páramo de ceniza. Tras el fuego viene la tristeza, la rabia, la penosa certidumbre de que nunca volveremos a ver los mismos parajes en su plenitud de verdor y vida. Tras el fuego, con frecuencia, viene la demagogia por encima de la más o menos justificada crítica a los responsables políticos de turno. Cataluña ha sufrido este verano y Pujol ha tenido que reconocer y sufrir los errores cometidos en las tareas de extinción. Galicia arde, Galicia está ardiendo y el presunto modelo de eficacia en la lucha contra el fuego que el PP ha venido esgrimiendo en los últimos tiempos se ha ido al garete en un año en que, a diferencia de otros, la climatología, la lluvia oportuna, no ha venido en ayuda del cacareado modelo. Nada habría que añadir y allá el Parlamento gallego para dilucidar causas y responsabilidades. Pero Fraga, ese fósil superviviente de la larga noche franquista, gracias a la voluntaria amnesia colectiva conocida como transición política, ha vuelto a destapar el tarrito de las esencias totalitarias para descalificar a la oposición afirmando que el PP no ha pegado fuego a ningún monte y que no todos pueden decir lo mismo, imputando así a los incendiarios origen e intencionalidad política, tal que en lo del Reichstag. Una vez más el PP se desliza alegremente por la pendiente de la más disparata demagogia en el escenario de las catástrofes forestales, sea en este caso para defender su incompetencia, o su mala suerte, que de todo puede haber, sea como nosotros sabemos muy bien para utilizar los incendios como arma política contra sus rivales. Zaplana aparecía en las últimas elecciones autonómicas dirigiéndose al electorado con un monte ardiendo como decorado de su intervención. Pero ya antes habían hecho de nuestras desgracias ígneas el principal caballo de batalla contra los socialistas entonces en el gobierno, llegando uno de sus más conspicuos matones parlamentarios, un tal Quirós, a esgrimir desaforadamente las trágicas muertes ocurridas en un incendio como argumento central en una de las intervenciones de mayor indecencia política que han presenciado las Cortes Valencianas. Uno conoce poco a Beiras y al BNG, pero piensa que, como en todo movimiento actual de ideología teñida de progresismo, más o menos confuso, la ecología debe ser un ingrediente básico de su ideario. Uno, la verdad, no concibe a los nacionalistas gallegos seguidores de esa especie de patriarca de canosa barba y gran cultura con el bidón de gasolina y la mecha. Más bien los percibe como amantes de las plantas y los animalitos. Tampoco imagina a socialistas o a la gente de IU tea en mano por los bosques. El PP debería empezar a saber que en política no todo está permitido, aunque las encuestas los sigan situando en empate técnico con el PSOE. El PP de Aznar, que es también el de Fraga, debería saber -y actuar en consecuencia- que, como gusta afirmar Josep Torrent, no es un partido de extrema derecha pero sí que toda la extrema derecha está en el PP o lo vota. Por eso nunca se librarán de Cascos.

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