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El resultado justo

Un gol de Etxeberría clasifica al Athletic para la Liga de Campeones

El Athletic halló el resultado justo que buscaba para inscribirse en la Liga de Campeones. Necesitó una porción considerable de ocasiones fallidas, una expulsión ajena que radicalizase su autioridad y la presencia de un futbolista incuestionable, Alkiza, para hallar fortuna. Lo suyo no fue un ejercicio de precisión, sino de ambición. A cambio, el Dinamo Tbilisi le cedió toda la responsabilidad a cambio de una excesiva humildad en el terreno de juego. El peso de la responsabilidad tenía un doble tatamiento: de una parte en el campo, de otra en la grada, bajo un ritmo diverso. En tanto el Athletic mantuvo un trote adecuado para generar ocasiones por la vía administrativa (tuya-mía) o por el contencioso del juego áreo, la grada respiró sin agobios, al amparo de las circunstancias propias y ajenas al juego. En ese tiempo, el Athletic no sólo trazó ocasiones de éxito (sendos cabezazos de Imaz, Alkorta, Ezquerreo y Guerrero) sino dibujó, sobre todo el contorno del partido. El pulso del encuentro fue acorde a las circunstancias de los tres protagonistas: el Athletic acosaba, el Dinamo resistía y el público creía en la buenaventura que otorga el cálculo de probabilidades. A la media hora el tacto del partido se hizo más rugoso. Un susto de Jomeriki zarandeó a la defensa rojiblanca y sembró de dudas al equipo y a la grada. El pulsómetro se rompio. La tentación era evidente: todo el peligro rojiblanco provenía del cuaternario futbolístico: en cuanto el balón alcanzaba tres metros el Dinamo exhibía todas sus carencias para atajar la jugada más básica del fútbol.El partido estaba lleno de trampas en el camino. El Dinamo, mal defensor, se condenaba a su suerte; el Athletic, técnicamente superior mantenía la tentación de la olla como alimento imprescindible. Y en esto llegó Alkiza y fraguó la trampa definitiva. Como siempre, había empleado los primeros 45 minutos en una sesión de rodaje. Con el sudor ya pegado al cuerpo, se inventó una incursión particular entre los defensores georgianos y procuró el gol de Etxeberria.

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Bien es cierto que de por medio el colegiado sancionó con una severidad que no había prodigado en otros casos, una entrada por detrás de Mujiri al propio Alkiza, dejando al Dinamo con un hombre menos. Una afrenta demasiado enorme para un equipo que asumió con exceso de humildad su papel de resistente. En tanto el equipo se reorganizó, Alkiza buscó el rincón adecuado para desarmar el encuentro y encaminarlo a otro discurso. Su figura, más allá del gol, y al amparo de la superioridad númérica, se engrandeció sobremanera, tanto para evitar la improbable actitud del Dinamo (muy limitado para asumir responsabilidades extremas) y como para administrar los fondos rojiblancos. El apoyo de Guerrero resultó definitivo en la tarea. Entre ambos se apropiaron de las zonas calientes del campo. El gol fue el partido. Antes hubo pasión y miedo; después gozo y calma. Ni antes ni después, terció el Dinamo en la contienda. Sólo esperó y halló la expulsión y el gol que temía. El Athletic jugaba a eso. La Liga de Campeones ya no es un sueño.

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