_
_
_
_

La hora de Cenicienta

Sus hermanastras, Las Arenas y La Malva-rosa, coqueteaban con miles de pretendientes en bañador y disfrutaban de una vida famosa y placentera de balnearios, restaurantes y pubs. En cambio, la arena de La Patacona apenas se utilizaba para acondicionar las pocilgas del cerdo ibérico y como vertedero de hortalizas, enseres y animales muertos que los agricultores de L"Horta arrojan a las acequias. Sólo unas decenas de veraneantes plantaron sus casetas de madera en aquel rincón inhóspito y olvidado del litoral, achacoso por los escombros y la actividad de una industria papelera. La Patacona empezaba a pensar que su hada madrina no existía cuando, hace tres o cuatro años, Alboraia se convenció del potencial turístico de su franja de cuatro kilómetros de costa. Durante siglos, sus vecinos vivieron de espaldas al mar, cavando surcos en la huerta. Apenas se acercaron a la playa en la posguerra para burlar la hambruna cargando en sus mulas productos de contrabando. Con su nuevo credo de sol y playa, el Ayuntamiento rastrilló su traje de arena, puso rejillas en las acequias y construyó con subvención del Gobierno un coqueto paseo con palmeras y farolas futuristas. La operación de limpieza revalorizó los terrenos y el Ayuntamiento aprovechó para alterar su plan de urbanismo y autorizar la construcción de un millar de viviendas en primera línea de playa. La varita mágica había transformado las calabazas que se pudrían junto al mar en apartamentos y adosados. La oferta de arena abundante y agua de calidad aceptable empieza a atraer bañistas. Moviéndose unos centenares de metros al norte disfrutan de una playa similar a las de Valencia con menor densidad de toallas. Y el toque xufero de Alboraia: una horchatería en mitad de la arena para combatir el calor con un remedio autóctono. Los paganos son los viejos inquilinos de la playa, los únicos que que creyeron hace casi 30 años en la arena andrajosa de Cenicienta. Cuando acaben las noches largas y cálidas del verano, el Ayuntamientos barrerá las casetas de madera, incómodo recuerdo de un pasado humilde.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_