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El Cabanyal, enfrentado por un tajo de 133 metros

Un proyecto urbanístico, la prolongación de la avenida de Blasco Ibáñez de Valencia hasta el Paseo Marítimo, amenaza con dividir a uno de los barrios con más solera de la ciudad. Los vecinos de El Cabanyal-Canyamelar, que son unánimes a la hora de manifestar un profundo orgullo por el diseño de sus calles, la calidad de sus gentes y la solidez de sus costumbres, mantienen por contra dos posturas enfrentadas sobre el futuro del barrio. La fractura en sus opiniones todavía no ha producido enfrentamientos. La fractura física del núcleo urbano es ya casi una realidad: la ampliación tendrá, finalmente, 48 metros de ancho. 48 metros, correcto, así se estipula con pulcritud en los planos de la opción aprobada definitivamente y en solitario por el Partido Popular en el pleno del viernes y que la alcaldesa Rita Barberá sacará a exposición pública a mediados de septiembre. Sin embargo, para muchos vecinos de El Cabanyal-Canyamelar, para la oposición en bloque y para otros valencianos que aman Els Poblats Marítims tal y como están configurados desde el siglo pasado, la nueva, fluida y rápida vía al mar supondrá un tajo de 133 metros de ancho en la fisonomía del histórico barrio. Un tajo que afectará a más de 1.000 viviendas y que repartirá en dos islas, separadas por una moderna avenida flanqueada de modernos edificios, a unos vecinos orgullosos de sus costumbres. Satisfechos de un modo de vida preservado desde la anexión de los poblados marítimos, hace 101 años, y mucho más pausado que, allá al final del "camí del Grau" (como llaman a la avenida del Puerto), "en Valencia" (como siguen denominando al centro de su propia ciudad). Gente feliz con "un pedacito de acera, un pozalito de agua vertido al suelo y sentada a la fresca", tal y como resume una vecina contraria a la "destrucción de un entramado urbano ejemplar". "Van a asesinar al Cabanyal-Canyamelar", clama Rafael Talens, presidente de la asociación vecinal del barrio, que asegura que el ayuntamiento, desde que está el PP al mando, jamás ha querido reunirse con ellos para conocer su opinión. Los vecinos cuestionan hasta la misma necesidad de una avenida que llegue al mar. "¿La ampliación supondrá llegar más rápido adónde?", es la pregunta que se hacen los vecinos contrarios, ya que ven al Paseo Marítimo suficientemente colapsado, no puede absorber más coches. "La avenida de los Naranjos es la que da fluidez a los 3.000 aparcamientos del final del paseo, que son insuficientes", explica Antonio Simarro, de la Plataforma Cabanyal-Canyamelar, Defensem El Marìtim. Para él, con la de los Naranjos, la futura Avenida de Francia y la vieja Avenida del Puerto ("hecha para que los señoritos vinieran con sus carruajes a sus casas en la playa") ya hay suficientes accesos. En general, incluso los partidarios del proyecto ven en él la pérdida de sus señas de identidad, pero están hartos de años de deterioro y abandono municipal. Un deterioro patente en muchas de las casas, que a pesar de todo mantienen en puertas, fachadas y balcones una pátina elegante. Y ajada. Según afirman los vecinos, desde hace más de 20 años no se les concede ningún tipo de licencia para arreglar sus casas. "El que hace una reforma lo hace por su cuenta y riesgo", explica Simarro. Y, lógicamente, muchas veces los propietarios no han asumido ese riesgo y la ruina amenaza a sus viviendas. "La solución: romper el Cabanyal", afirma categórica Ana, que como otros comerciantes no quiere ser identificada, para quien el deterioro de la casas y la delincuencia consentida han formado parte de una estrategia municipal para que los propios vecinos reclamaran la ampliación Blasco Ibáñez. Muchos vecinos, como Ana, han tirado la toalla ("el barrio lo tenemos infectado") y ahora esperan que la rehabilitación del barrio llegue rápida por la nueva avenida. Infección, delincuentes, drogadictos, basura social y mala gente son expresiones que, a veces aparejadas a sesgos racistas, usan para definir el deterioro social del barrio tanto detractores como partidarios del proyecto en sus respectivas argumentaciones. Para los defensores, con la avenida llegará la autoridad para limpiar las calles. Para los detractores, no sólo no llegará la autoridad sino que tendrán que irse ellos. "No pasa nada" "Señora alcaldesa, no nos rompa el Cabanyal, que somos jubilados y no nos llega para hacer dispendios", dice que le dijo a Rita Barberá, el día del pleno, Mariano Palau, un calafate retirado nacido en la calle de Escalante hace 75 años. "No se preocupe, que no pasa nada", dice que le contestó la regidora con una palmadita en la espalda. No quedó convencido el veterano carpintero de ribera (como se llama en los astilleros a los que trabajan la madera), que se pregunta ahora adónde irá a parar con sus huesos. Lo mismo hace José Belenguer, trabajador del sector bancario, a quien sacaron del barrio envuelto en una manta nada más nacer para llevarlo a un refugio durante los bombardeos de febrero de 1939 y ahora, 59 años después, teme volver a dejar la zona y perder su casa, el "sacrificio" de toda su vida. "No me dejaron nacer en paz y ahora no me quieren dejar morir aquí", se lamenta. No son los únicos. "¿Dónde hay que decir el nombre y la edad?", pregunta ingenua Antonia Magdalena García, de 80 años, acompañada de dos amigas de su quinta, pensando que el periodista tiene la solución a sus preocupaciones. Temen al Ayuntamiento -"todos sabemos que en las expropiaciones nunca se paga el valor real", apunta Talens- y muchos vecinos (sobre todo los afectados, entre la calle de Pescadores y la de Amparo Guillén), emocionados por la futura destrucción de sus casas, quieren manifestar su repulsa a un proyecto que, consideran, "sólo beneficiará a los más ricos". "Se han dado cuenta de que el barrio es muy bueno y quieren rehabilitarlo para otras personas", dice Ángeles Danza, nacida en la calle de La Barraca hace 66 años.Por eso, ya hay a quien le gustaría invertir la decisión de hace 101 años: "La solución: segregación".

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