Pasqua encaja el gol multirracial
El éxito futbolístico francés deriva en simpatía hacia los inmigrantes hasta en el 'duro' ex ministro del Interior
Los dos goles de Zidane contra Brasil, los de Thuram contra Croacia, los de Djorkaeff y Henri, o el preciso cabezazo de Trezeguet, que permitió a Blanc perforar la muralla paraguaya, fueron todos ellos trascendentales. Y no sólo porque permitieron a Francia alzarse con el supremo trofeo del Mundial de fútbol. Ahora resulta que la mayoría de los franceses está de acuerdo en legalizar a los 70.000 inmigrantes sin papeles condenados a ser expulsados y devueltos a sus países de origen.Una encuesta publicada ayer por Le Journal du Dimanche muestra que el 50% de la población es partidaria de legalizar la situación de los inmigrantes clandestinos, frente a un 43%, en el que cabe incluir a la totalidad de la clase política -excepción hecha de los comunistas y los verdes-, que sigue pensando que Francia hace muy bien en quitarse de encima a estos molestos intrusos.
Aunque todo ayude, no es que los ciudadanos se hayan sentido enternecidos por la huelga de hambre que decenas de inmigrantes ilegales de procedencia asiática llevan a cabo por turnos y desde hace semanas en la iglesia parisiense de Batignolles. Lo que ocurre es que la victoria de la selección francesa, reflejo consumado de la pluralidad multiétnica de la juventud actual del país, ha invertido clamorosamente la tendencia xenófoba, latente en el ascenso del Frente Nacional y en la crisis interna de una derecha democrática que había empezado a asumir con la mayor naturalidad el viejo discurso de la "preferencia nacional" frente a los extranjeros.
Resulta que unos cabezazos certeros, unos remates ajustados, la moral compartida de victoria de este equipo "tricolor y multicolor", como ha dicho el presidente Jacques Chirac, han bastado para frenar el ascenso soterrado de los prejuicios. Es como si de repente Francia hubiera descubierto, otra vez, que su fuerza y su futuro se nutre precisamente de la savia nueva de orígenes foráneos, como si volviera a creer que, pese a los fracasos, la integración puede ser todavía una alternativa a la violencia juvenil, al desarraigo y al desmembramiento social.
La encuesta de ayer se suma a unas recientes declaraciones de Charles Pasqua tan desconcertantes que llevaron a los lectores de Le Monde a restregarse los ojos antes de dar crédito a lo que leían. El que fue ministro del Interior de sucesivos Gobiernos conservadores, el autor de la más dura ley de inmigración aprobada en Francia, el hombre de "la mano de hierro", ha pedido la regularización de todos los sin papeles identificados, los mismos que él contribuyó decisivamente a situar en la ilegalidad. "Mirad al equipo de una Francia campeona del mundo, mirad a los jóvenes de nuestros extrarradios llegados de nuestras antiguas colonias (...) El Mundial ha mostrado que la integración se ha conseguido en un 90% en nuestro país. En estos momentos en que Francia es fuerte, puede ser generosa, puede hacer un gesto", declaró Pasqua a Le Monde, sin que faltara la oportuna invocación al "gran hacedor" francés: "Probablemente, De Gaulle lo habría hecho".
Aunque no es seguro que la "generosidad" del duro exministro sea la "justa correspondencia" a las emociones futbolísticas vividas estos días, ni el premio por la decisiva contribución de los "otros franceses" a la gloria nacional, sus declaraciones prueban la amplitud del fenómeno social creado en torno a la selección. Las palabras del viejo dinosaurio corso de la política francesa han sembrado el desconcierto en el conjunto de la derecha y en el Gobierno y el Partido Socialista.
Sea como fuere, y por grave que resulte el problema de la inmigración ilegal en Francia -el número de los sin papeles se sitúa entre los 300.000 y los 800.000-, lo ocurrido estos días parece cuestionar la política de inmigración del Gobierno de la "izquierda plural".
Por frágil o efímera que resulte la opinión pública expresada en las encuestas, lo acontecido estos días abre considerablemente el margen de maniobra del Gobierno socialista, en la medida en que invierte el panorama de una Francia desnaturalizada en sus grandes valores republicanos.
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