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FRANCIA 98

Una ola de emoción invade Francia

Hoy se desplegará una enorme bandera en la fachada de la Asamblea Nacional

Aunque en estos momentos de euforia desatada casi todos ceden a la avaricia, visto que el supremo trofeo se encuentra al alcance de la mano, el sueño francés de este Mundial se ha hecho ya realidad. La final con Brasil, el equipo que en la imaginería del aficionado francés representa la sublimación misma de la magia futbolística, colma cumplidamente el máximo estadio de ilusiones con que los anfitriones iniciaron el campeonato. Lo dijo el primer ministro Lionel Jospin el pasado miércoles a la salida del Consejo de Ministros celebrado en el Elíseo, horas antes del encuentro contra Croacia: "Sólo puedo darles la esperanza de la victoria. El sueño de todo futbolista y el de toda Francia es ver a nuestro equipo disputar contra Brasil la final del Mundial. Espero que ese sueño vaya a realizarse". Tan distante tradicionalmente en esto del fútbol, tan fría, tan displicente y paternalista, incluso, en la observación de las pasiones que este juego suscita en otras latitudes, Francia ha destapado sus emociones propias al calor de la exitosa trayectoria de su selección. Al igual que tras la victoria contra Italia pero en un número muy superior, medio millón de personas ocuparon las calles el miércoles por la noche dando rienda suelta a un fervor entusiasta que el fútbol jamás había despertado en este país.Fue una marea humana gigantesca que copó los Campos Elíseos en París y ocupó igualmente las grandes espacios urbanos en la práctica totalidad de las capitales con un estruendo descomunal de gritos, cánticos y bocinas. Esa oleada humana impulsada desde los extrarradios reunió en los espacios más emblemáticos de cada ciudad a una multitud de jóvenes tan variopinta como la propia selección francesa. Por una noche, los beurs (hijos de emigrantes magrebíes), los negros africanos o antillanos, y hasta los orientales, comulgaron de la misma emoción general, e incluso del afecto fraternal que los jugadores se habían dispensado en el campo en forma de múltiples y efusivos abrazos colectivos.

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Las radios continuaron ayer recogiendo las declaraciones de los aficionados que no daban la fiesta por terminada. Entre tanto lugar común, destaca la idea de que el objetivo está cumplido pero que no estaría mal que Brasil, que ya tienen unas cuantas copas, regalara esta última a Francia, y la anécdota de la embarazada que notó la primera contracción en el momento en que Lilian Thuram batió por primera vez al enigmático Ladic. "Es un chico, ahora estoy segura", anunció la mujer. La alegría fue tan desbordante, la juerga tan desaforada, que Francia pareció otro país a lo largo de esa noche en la que el gigante Thuram fue entronizado como héroe nacional.

Aunque el efecto de esta catarsis colectiva resulta difícilmente evaluable, parece seguro que la suma de las identificaciones que despiertan los Zidane, los Desailly, los Blanc, los Djorkaeff o Barthez, su convergencia en una objetivo compartido, contribuye a la integración y la cohesión social de la que tan necesitada está esta sociedad. La colorista selección irrita a la extrema derecha del FN hasta el punto de que su líder, Jean-Marie Le Pen, no se ha cansado de denunciar que la mayoría de los jugadores desconocen la belicosa letra de la Marsellesa, supuesto delito del que participa igualmente la gran mayoría de la población.

Los periódicos franceses abrieron ayer generalmente con portadas monográficas teñidas del color azul de su selección. "La final soñada", tituló Liberation sobre una fotografía a toda plana que muestra a los jugadores amontonados sobre el autor de los dos goles. Le Parisien se sumó al clamor general: "Thuram, Thuram" subrayando el carácter histórico del acontecimiento. L"Equipe, tan aceradamente crítico con el entrenador Aimé Jacquet, dedicó a los jugadores el título de héroes, mientras Le Figaro, que no renunció a su portada convencional, anunciaba "La final suntuosa".

También en Le Monde, que publica un cuardenillo diario dedicado al Mundial, el color azul escaló ayer hasta la portada con la figura del triunfador de la noche. En sus páginas del suplemento, el articulista Pierre George indicaba que la selección de Aimé Jacquet "ha matado por fin al padre, a todos los padres, Fontaine, Kopa, Platini, Trésor, a todos aquellos que estuvieron a punto de, que habrían podido, habrían debido, lo habían deseado tanto. Todos aquellos que hicieron del fútbol el conservatorio de las hazañas memorables y de los lamentos eternos para terminar naufragando a la vista del puerto en la bahía de los gloriosos fracasados".

El cronista de Le Monde indicaba que, por el contrario, los jugadores actuales de la selección francesa "han llegado a la final. Y la final de una Copa del Mundo es ese puerto extraño, casi inaccesible, prohibido a los poetas y aficionados. Es un lugar mítico, una especie de paraíso sobre la Tierra que todo muchacho un poco romántico, en el más grande de sus delirios, habrá esperado pisar un día. Esto no es un final. Es el final del viaje soñado", escribe el articulista.

Y un ejemplo final de la catarsis: hoy será desplegada una enorme bandera francesa en la fachada de la Asamblea Nacional, bandera que incluirá el mensaje "Allez la France", con el que se anima tradicionalmente a la selección. Todo ello por orden del presidente del Parlamento, Laurent Fabius. Francia está entregada a su selección.

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