La Turia
MIGUEL ÁNGEL VILLENA Nos ha acompañado desde la adolescencia, desde esos años agridulces, inquietos y abiertos al mundo. Sus portadas nos han observado desde la mesilla de noche, desde las barras de los bares o las taquillas de los cines. Hemos crecido con ella, la hemos amado u odiado, pero en sus páginas descubrimos a Visconti y a Bergman, a Hawks y a Wilder, a Berlanga y a Armendáriz, a Brecht y a Els Joglars, a Dizzy Gillespie y a Tete Montoliu. Su historia es también la nuestra, la individual y la colectiva, un itinerario salpicado de separaciones y de dogmatismos, de amores y militancias, de desencuentros y de alegrías. Desde hace nada menos que 34 años Cartelera Turia, la Turia sin más, con ese artículo que se dedica a las personas queridas, forma parte del paisaje de una Valencia que esta publicación ha ayudado a cambiar. Algunos hemos tenido el privilegio de colaborar con una revista que jamás nos ha tocado una coma en artículos a veces incendiarios, provocadores e iconoclastas que sólo aspiraban a agitar el panorama cultural de una ciudad con frecuencia dormida por tantos somníferos. Al compás de las décadas, la cartelera ha resistido sacudidas en su seno y terremotos externos. Pero entre los grises tiempos de la dictadura y un presente de eclecticismo y ordenadores, la Turia ha sobrevivido en una muestra palpable de que se ha convertido en una institución, en un símbolo, aunque a buen seguro que a muchos de sus lectores no les gustarán estos calificativos. Su lema de "Todos los Marx están de acuerdo" traspasó fronteras y ese espíritu a mitad de camino entre el marxismo político y los bigotes pintados de Groucho ganó fama en toda España. Seña de identidad y termómetro de una ciudad que aspira a ser una capital cultural de primera división, la Turia celebra mañana la VII edición de sus premios. Mientras veamos desfilar a escritores, actores, dibujantes o músicos, muchos pensaremos que por una vez hemos sido fieles a algo. Quizá a nosotros mismos a través de una revista que cabe en un bolsillo.
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