¿Accidente?
El pueblo, horrorizado. El propietario de la atracción mecánica dice que el suceso es muy raro. Los responsables de la Consejería de Industria prefieren no comentar el caso hasta que hable el juez. Los supuestos inspectores no aparecen. El alcalde ni sabe, ni contesta, ni se entera, que por algo es alcalde. La indignación popular les empuja a pasarse la pelota y todos se mantienen pendientes de los técnicos, esas socorridas figuras entre humanas y etéreas, milagrosas siempre, capaces de emitir informes para responsabilizar al Lucero del Alba de lo ocurrido. La cuestión es que el pequeño Alberto Márquez Gregorio, de 12 años, falleció el sábado electrocutado cuando disfrutaba de una tarde de feria junto al mar, en El Campello. La descarga se produjo cuando se disponía a recoger a su hermano menor de la atracción conocida como Scalextric, un serpenteante trenecillo de coloristas vagones con forma de animales. La atracción más solicitada. Se apoyó en una columna por la que discurría el mortífero cableado de un halógeno. Un accidente, dicen las autoridades aferrándose al diccionario porque no tienen mejor consuelo que ofrecer a la familia. Un suceso eventual que altera el orden regular de las personas o de las cosas. Una alteración definitiva en este caso. Accidente es un término demasiado suave y cobarde para este caso. La muerte de Alberto se produjo por negligencia, por un descuido quizás, pero un descuido tan involuntario como negligente. Me gustaría adivinar qué persiguen técnicos y políticos cuando insisten hasta la saciedad en que las instalaciones mecánicas disponían de todos los permisos necesarios, boletines de industria, certificados varios, seguros en regla y revisiones obligatorias. Intuyo que no es más que un intento de acallar sus conciencias, un escudo protector para explicar lo inexplicable. Porque cuando todo está en orden no caben fallos como éste. No es posible que un niño encuentre la muerte en una atracción mecánica para niños.
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