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Todo el mundo sabe qué es un elefante

Soledad Gallego-Díaz

El premio Nobel de Economía Gary Becker escribió un día que el grado de corrupción de una sociedad es directamente proporcional a la existencia de monopolios y al poder discrecional del Estado. Según eso, una sociedad sin Estado estaría libre de corrupción. Sucede que, a la hora de la verdad, esta teoría resulta falsa: los índices de percepción de la corrupción que elaboran diferentes organismos internacionales conceden continuamente la máxima puntuación de limpieza a países como Canadá o Suecia, que tienen un poderoso sector público, mientras que otros, como Estados Unidos, con economías mucho más privatizadas, ofrecen una imagen dos y tres puntos por debajo.La elaboración de este tipo de índices resulta siempre compleja. Primero, porque es difícil definir la corrupción. Según el Banco Mundial, se trata de "abuso del poder público en beneficio de lo privado", pero está claro que también existe corrupción en el interior de las empresas privadas, especialmente en las más grandes. Se defina como se defina, le pasa igual que al cuento del elefante: puede ser complicado describirlo, pero nadie tiene problemas para identificarlo cuando lo tiene delante.

El segundo problema es que la corrupción no se puede medir, sino únicamente la percepción que se tiene de ella. Los cuatro índices más famosos (Global Competitiveness Report, en Ginebra; Political and Economic Risk Consultancy, en Hong Kong; Transparency International, en Berlín, y Political Risk Services, en Estados Unidos) se basan sobre todo en opiniones de analistas políticos, juicios que emiten hombres de negocios conocedores del país en cuestión y en sondeos elaborados entre la población en general. Aun así, los cuatro estudios mencionados son utilizados ampliamente tanto a nivel académico como por empresarios y organismos internacionales y la revista The Economist los reproduce periódicamente.

Por último, esos índices admiten difícilmente comparaciones temporales. ¿Hay ahora más corrupción en el mundo que hace 50 años o simplemente se le presta hoy más atención a un fenómeno que es tan antiguo que hasta aparece en textos clásicos de Grecia o China? Algunos estudiosos han intentado analizar el tema. Por ejemplo, el interesante trabajo de investigación realizado por Vito Tanzi, publicado recientemente como working paper del Fondo Monetario Internacional.

Tanzi considera probable que la corrupción haya aumentado en las últimas décadas y que la creciente atención que se le presta sea, precisamente, consecuencia de la creciente extensión del problema. Y ofrece tres elementos consecuencia de la creciente extensión del problema. Y ofrece tres elementos que pueden apoyar esa hipótesis: el crecimiento del nivel de impuestos en muchos países, el mayor gasto público y el aumento de las regulaciones gubernamentales de la actividad económica que se han producido desde los años sesenta son tres factores clásicos a la hora de impulsar el pago de sobornos (conocidos ahora eufemísticamente como comisiones).

Pero Tanzi subraya otros dos puntos más novedosos e igualmente importantes: el crecimiento del comercio internacional y de los intercambios financieros y la oleada de privatizaciones. La privatización de monopolios y empresas públicas -escribe- se ha considerado siempre un paso necesario para reducir la corrupción, porque elimina un instrumento habitual de soborno político, pero, desafortunadamente, crea en sí misma situaciones muy propicias para el desarrollo de esa misma corrupción. "El fenómeno", explica, "ha sido observado en todas las partes del mundo, pero los abusos han sido particularmente significativos en economías en transición". Posdata. El índice de percepción de la corrupción elaborado por Transparency International establece una escala de 0 a 10, en la que 10 supone la máxima limpieza. Nueva Zelanda, Dinamarca, Suecia, Finlandia, Canadá y Noruega se situaban en 1997 por encima del 9. Portugal llegaba casi al 7; España se quedaba en un 5,9, e Italia, en un 5,03 (un salto espectacular porque en 1995 no llegaba al 3).

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