La gran pasión
Sobre gustos no hay nada escrito, es una expresión tan tonta como la mayoría de los lugares comunes, que admiten infinidad de excepciones. Sobre el fútbol y los desgraciados Mundiales últimos se ha dicho casi todo. Está bien lo de dar pan y circo, pan y toros, pan y fútbol a las multitudes, porque, mientras tanto, no se gastan la paga en las tabernas -de lo que se queja amargamente el ramo de la hostelería-, ni paralizan la circulación las manifestaciones reivindicativas, por la simple causa de que, en hora de partido interesante, casi nadie transita por las calles, las masas están pegadas al televisor y los líderes convocantes no son tontos, a su vez dependientes de la retransmisión. Se ha conseguido hipnotizar a la ciudadanía, apasionándola con las vicisitudes del espectáculo, virulento a nivel local y provocador de éxtasis en esferas nacionales.El 24 de junio, cuando madura el grano, se acabó el sueño balompédico español en los campos de Francia, a nivel internacional, en este milenio. Fuimos eliminados por equipos teóricamente inferiores, lo cual es magro consuelo. De la derrota quedó la tristeza de los jugadores, el desencanto de la afición y una antológica frase del seleccionador, erguido sobre los escombros del desastre, inasequible al desaliento, leal a la nómina, que dijo, textual y crípticamente: "De pequeño, en Barakaldo, comíamos pan untado en leche. O sea, mucho obrero y mucha mala hostia". Obviando la ausencia de concordancia inicial, intentamos imaginarnos a varios chavales de la margen izquierda untando leche en el pan, con un cuchillo, una navaja o, nada hay imposible, con los dedos, cuando lo más ortodoxo y generalizado es mojar la rebanada. Más desconcertante resulta la secuela, que deduce una insólita afluencia del mundo del trabajo y la mala hostia. Quizás sea cabalística exégesis de lo que no tenga otra explicación.
Como individuo -bastante deteriorado, lo confieso- y vecino de Madrid, me quejo de la obsesiva dedicación puesta por los medios de comunicación a estos eventos específicos. La televisión pública, tan criticada especialmente por el espeluznante déficit que la aqueja desde hace muchos años y que sufraga el bolsillo común, dedicaba, al día siguiente del desastre -referencia que utilizo-, entre ambas cadenas, 6 horas y 20 minutos al Mundial, que seguía su curso sin nuestros colores. No se trata de echar un telón de acero, sino estimar que el interés informativo y publicitario había bajado casi el 97,04%, aproximadamente. Duda cabe de que sean considerados con pasión los encuentros Bélgica-Corea del Sur, Alemania-Irán, ni siquiera un Holanda-México, referidos a esa fecha tan calamitosa, cuando las contritas, y no contentas, huestes de Clemente volvieron a sus lares. La segunda cadena concedía una hora a la Vuelta Ciclista a Cataluña, que, con taimado anexionismo, anuncia la octava etapa: Andorra la Vieja-Andorra la Vieja. El resto de las privadas pasaron de estas actividades, legítima decisión sólo empañada por la pobre calidad de las alternativas que, según fuentes bien infomadas, tienen su público. Los suscriptores de Canal Plus pudieron disfrutar del Torneo de Wimbledon, y su división satelizada daba paso al rugby, al voleibol y la lucha canaria. Exceso y defecto son los signos del paréntesis que confinan al telespectador. Señalada la demasía, el defecto llega cuando se hurtan o disminuyen programas o espacios -seguimos hablando de oferta deportiva, dejando aparte el llamado, no se sabe por qué, deporte rey- acerca de eventos en los que participa gente española, lo que supone excite cierta curiosidad. Cuando yo dirigía el semanario de sucesos El Caso -aparte de las extravagantes trabas de una censura rigurosa-, era norma, quizás importada de otros, darle prioridad a unos navajazos en Tetuán de las Victorias frente a la noticia de una masacre en el oeste de Paraguay, o un devastador desbordamiento del río Amarillo en China. Franceses, italianos, argentinos, todos suelen titular los resultados deportivos con arreglo a este canon de la proximidad: "Semifinalista, Mary Pierce", postergando el triunfo de Conchita Martínez o de Mónica Seles.
No pasamos del primer tramo en Lens, pero nos ahorramos las legítimas y alucinantes muestras de júbilo finales. La afición merecía algo más. Digo.
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