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Una violenta tormenta huracanada causa ocho muertos y colapsa Moscú

Ha sido la guinda de un curso meteorológico que los moscovitas tardarán mucho en olvidar: récord de frío en diciembre, récord de nieve en abril, récord de calor en junio y, para recibir al verano, una impresionante tormenta, con vientos huracanados de más de cien kilómetros por hora. La furia eólica arrastró cuanto halló a su paso y, según fuentes médicas, produjo la muerte de ocho personas y causó heridas de consideración a más de cien.

Hubo algunos relámpagos de aviso, pero los 300 asistentes a la fiesta de verano que se celebraba al aire libre en el patio del gueto de periodistas más antiguo de Moscú no se lo tomaron en serio. Y, de repente, sin dar tiempo siquiera a buscar refugio, platos, vasos y botellas empezaron a volar por los aires mientras el cielo se hacía agua. La fiesta acabó bruscamente. Una esquirla de vidrio hirió levemente en la cabeza a una periodista española. En una hora, cayó la mitad de la media mensual de agua en junio.Entretanto, en pleno centro de la ciudad, la furia del viento arrastraba vallas publicitarias, cornisas, cristales de ventanas, mesas y sombrillas de los quioscos, cables de tranvías y trolebuses, señales de tráfico y farolas. En la avenida Kutuzovski, una de las más afectadas, justo enfrente de la oficina de EL PAÍS, un hombre de unos 35 años era atrapado por el huracán y, rodando como una pelota, atravesaba los nueve carriles de la calle sin que, milagrosamente, le atropellase ningún automóvil.

Según la agencia Tass, la caída de una grúa hundió una motora en la estación fluvial del norte. El principal aeropuerto internacional estuvo horas sin fluido eléctrico, con miles de personas amontonadas en su vestíbulo en medio de un calor achicharrante y sin recibir ninguna información.

Una parte del tejado del teatro Bolshói saltó por la fuerza del viento. Dos horas antes, el presidente Borís Yeltsin había abandonado la sala, tras asistir al concierto de gala con el que se cerró la temporada de ópera y ballet. Eran las 10 de la noche y el termómetro marcaba cerca de 30 grados. Dos horas después, cuando estalló el vendaval, no debía estar mucho más bajo.

También se desprendió una sección de unos 25 metros cuadrados de un edificio del Kremlin. En la fortaleza que ha encarnado durante siglos el poder en Rusia, hubo daños en otras dependencias, y más de 200 árboles fueron arrancados de cuajo o partidos por la mitad. Ayer por la mañana, brigadas de soldados se afanaban por borrar las huellas del cataclismo.

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