La raíz continental
Los adversarios de Clementina Ródenas idearon en sus días de alcaldesa de Valencia el sobrenombre de La mujer de hierro para ver si así se oxidaba y se caía a trozos. Sus grandes dosis de seriedad, por mantener una actitud de exigencia con sigo misma y los demás, se prestaba a esta caricatura. Pero no lo lograron. Sin duda, el brío político de esta mujer se sustancia en una aleación de disciplinas muy minerales. Hija única de padres mayores, nació y creció en Ayora, en un secano abierto hasta la profundidad del Keuper que le ha dado su vigor. Hizo el bachiller por libre examinándose en Requena, adonde se llegaba en autobús tras un tortuoso viaje por el alto de la Chirrichana, que era una metáfora curva de las dificultades naturales que aquel entorno ofrecía a los habitantes. Sobre aquella austeridad no se podía ser barroco: había que tener el espíritu muy ácimo. Con esta complexión llegó a Valencia para estudiar PREU y luego se matriculó en Económicas, aunque su predilección por la Historia y las cuestiones sociales y la influencia del profesor Fontana le imprimieron una perspectiva social muy alejada del economicismo. De aquí a la política no había distancia. Clementina se coció en seminarios muy plurales y sus valores cuajaron en la línea de Engels, Kautski y Bernstein. En seguida militó en el PSPV del profesor Ernest Lluch, que luego se integraría en el PSOE. En los años setenta, muchos de sus compañeros, que ahora están la frontera del neoliberalismo rociados con unas gotas socialcristianas, la acusaban de revisionista y socialdemócrata. En efecto, Clementina ya era una socialdemócrata de raíz continental, configurada en la tradición de la Ilustración y en los avances transversales de la Revolución Francesa. Luego se destilaría en Brandt y Palme, hasta ubicarse más cerca de Jospin que de Blair, que es producto de la socialdemocracia anglosajona, influida por las Trade Unions y Kinnock, cuyo radicalismo propicia la llegada del tatcherismo. Clementina hace pie sobre esta placa continental. Es una entusiasta del nuevo discurso de la distribución de los tiempos y las nuevas formas de empleo, además de la clásica redistribución de riqueza, para suturar la fractura social que se produce cuando los índices económicos crecen al margen del empleo. Bajo su melena negra toma fuerza este nuevo keynesianismo para recuperar la inversión y perder el miedo neoliberal a la milésima de la inflación, que a menudo termina por convertir el medio en fin. La dimisión de Ricard Pérez Casado a finales de 1988 la situó al frente del Ayuntamiento de Valencia, que entonces era un escenario muy feraz. El concejal del PP Martín Quirós acudía al pleno vestido con chaqué para dramatizar un funeral por una propuesta y amenazaba, medio cuerpo en la calle, con tirarse por la ventana durante una comisión de cultura. O Vicente González Lizondo, que le iba a la zaga, vociferaba como si se hubiese tragado un puercoespín y hacía el payaso con escenas muy cardiovasculares. En estos días en que para la derecha la política era un número de descrédito continuado, Clementina aguantaba como un palo mayor en medio de esta tormenta psíquica.En los años anteriores se había fogueado como concejal de Hacienda junto a Pérez Casado en las procesiones del Nou d"Octubre, donde había sufrido el fanatismo de algunos fosfogliceratos con zapatos que le zurraban al alcalde ante la indolencia de la policía. El paisaje interior municipal se componía de seis grupos parlamentarios y un CDS dividido. A falta de una mayoría clara, la única política posible era la del pacto y el diálogo. Esta época está plagada de conatos de mociones de censura y de juego sucio con algunas manos ofreciendo maletines repletos de billetes a concejales a cambio de su voto para desbancar a Ródenas. En medio de este panorama Clementina practicaba un ejercicio muy disuasorio para la oposición: el tiro olímpico, aunque luego, con la serenidad de los boleros y el country, se desvió hacia la natación. En las elecciones de 1991 le sacó 50.000 votos a Rita Barberá y cuatro concejales, pero el pacto del PP con Unión Valenciana impidió que volviera a la alcaldía y fue elegida presidenta de la Diputación de Valencia. Cuando las urnas apearon a su partido del poder llevó su ímpetu a las Cortes, y tras una breve retirada regresa para aportar sus neuronas y estar en la brecha. Fue la primera alcaldesa de la historia de Valencia y la primera presidenta de la Diputación. Ahora podría ser la primera presidenta de la Generalitat.
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