Cuatro córneres zurdos

1. Se ven en este Mundial equipos sin tradición o modestos que resultan aseados: Camerún, Marruecos, Jamaica, Irán, hasta Estados Unidos mueven bien el balón, cumplen con sus apoyos, llegan al área con trabazón y peligro. En cambio, no saben chutar a puerta. Es asombroso, pero no del todo extraño. Hace ya tiempo que incluso en los grandes equipos como el Madrid, el Milan, la Juve o el Barça, hay unos cuantos jugadores que adolecen del mismo defecto. Antiguamente, chutar, lo que se dice chutar, sabían hacerlo todos, desde el 2 hasta el 11. Unos mejor y otros peor, pero todos decentemente cuando la ocasión se lo exigía. En cierto sentido era la base previa a lo básico del juego. Hasta en el patio del colegio: alguien que mandaba la pelota siempre por encima de la tapia -una pelota salía cara-, simplemente no jugaba. Tan absurda evolución sólo puede deberse a una cosa: a que los entrenadores acotan ya tanto las funciones y la especialización de cada hombre, que no ven inconveniente en que seis o siete de los suyos no tengan la menor idea de disparar a puerta; como si descartaran que fueran a hacerlo o hasta se lo tuvieran prohibido a unos cuantos. Eso explicaría acaso las demasiadas veces en que, en el fútbol de hoy, un jugador en magnífica situación para chutar a gol no tira, sino que apura la suerte y le pasa el balón a otro, no siempre mejor colocado, concediendo en todo caso unos segundos más para la recomposición de la defensa contraria o la reacción del portero. Son centenares los goles así fallados, por esperar, por miedo a tirar, quién sabe si no habrá defensas que al hacerlo estarán contraviniendo órdenes, si no se llevarían una bronca, aunque metieran gol, por desobedientes. Lo veo como un síntoma más de la degradación del juego. O quizá es una más de las nefastas influencias del baloncesto en el fútbol. Si a un centro o pase ya lo llaman "asistencia".2. No sé si es que llevo ya muchos mundiales, pero, aún en la primera fase, tengo la sensación de haber visto la película. A España le reprochamos siempre no poseer a estas alturas un estilo reconocible y definido. Pero acaso sea más irritante la mímesis vacua o remedo de los estilos tradicionales, es decir, el tópico. Alemania juega como Alemania (aburrida pero tenaz) e Inglaterra como Inglaterra (tosca pero con pegada, a la postre insuficiente); Francia como Francia (animada pero sin mandíbula) e Italia como Italia (coriácea, astuta, buscando suerte y no riesgo); Argentina como Argentina (con suficiencia y miedo, a la vez ambas cosas) y Brasil como Brasil (adornada y algo hueca). Lo mismo pasa con las menos célebres: Escocia (ruda y con un talento, en su día Strachan, ahora Burley) o Austria (anodina y olvidable) u Holanda (mucha fe y escasa suerte) o Bélgica (puro bostezo). Hasta Camerún, más reciente, se parece en exceso al Camerún primero. Lamento echar sal en la herida, pero creo que la única que aún no me ha cansado es Nigeria. Lástima que no pudieran divertirme del todo sus tres goles hasta la fecha, ni las danzas subsiguientes.
3. Así como basta con oírle a alguien el elogio de determinados escritores para saber que ese alguien presume, pero no entiende nada de literatura, basta con oír a la gente que se extasía con Brasil por principio para comprender que es gente ignorante en fútbol. Hay comentaristas que si ven a Cafú parar un balón intrascendente en el centro del campo, como es su obligación, se derriten al instante: "Hay que ver qué control, qué maravilla". Sería hora de relevar de sus puestos a estos engañabobos.
4. Francia no ganará su Mundial. ¿Por qué lo sé, tan pronto? Porque nunca ganará un equipo con portero de aspecto innoble o amanerado. Aquel gordezuelo saltarín, Jongbloed, no estaba a la altura de la Holanda de Cruyff, que perdió dos finales. Ni era presentable aquel histérico sueco, Ravelli. No hablemos del mexicano Campos, vestido de Superratón, ni del paraguayo Chilavert, con su cabeza de matón en la otra puerta, ni de aquel Higuita colombiano salido de Los tres mosqueteros. Los jugadores pueden tener la pinta que quieran, salvo el portero. Es importante que su figura resulte digna, no sólo para imponer respeto, sino para que su mirada de reproche al delantero que lo bate pueda hacer mella en éste efectivamente, hacerle sentir que ha cometido una injusticia con aquel hombre digno que no se lo merecía. Por el contrario, nada tan apetecible como golear a un fantoche. Ramallets, Irízar, Zubizarreta son muy dignos de presencia: el elemento, así, es condición necesaria pero no suficiente. El actual portero francés, Barthez, invita a vejarlo. Y lo peor no es su calva estudiada, ni su perilla milimetrada, ni su estilo aspaventoso. Lo peor es ese jersey de manga corta y volátil que se gasta. Parece un existencialista de verano y chiste, bufón o esbirro de aquel ente de invierno, Beauvoir-Sartre.
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