Nuevos valores para una nueva mayoría
Estoy acostumbrado a luchar. Luché por conseguir una educación que por ascendencia social se me negaba y lo hice también por adquirir una formación universitaria a la que económicamente no tenía acceso. Nunca me bastó un aprobado, porque me jugaba esa beca vital para continuar. Tampoco como dirigente socialista me ha sido suficiente el aprobado, ni a mí ni a los que conmigo están. Pero si hay que ir a por nota, no regateo esfuerzos ni manos tendidas. Todo menos zancadillas o exclusiones, porque nuestro adversario está enfrente y no al lado. Antes de aprender a leer sabía tanto de privilegios, porque me eran ajenos, como de renuncias y sacrificios, porque era lo que vivía de cerca. Socialista soy de aprendizaje y principios, porque de lo contrario estaría traicionando mis orígenes y convicciones más íntimas. Nada me ha sido regalado, pero me siento afortunado porque tengo todo lo que podría desear: amigos, ideas, preparación y capacidad para cambiar las cosas. También hay muchos que han luchado sin suerte por aquello que como derecho les pertenece y quienes no han tenido ni opción a hacerlo. Esta es una de las razones por las que desde hace mucho estoy en política y la causa de que no haya hecho de ella una profesión ni un fin en sí misma, sino un instrumento para cambiar la sociedad. Hace ahora tres años, tuve el dudoso honor de traspasar formalmente el Gobierno de la Generalitat Valenciana a quien ahora lo preside. Era consciente de que los ciudadanos, aun situándose a la izquierda de lo que Eduardo Zaplana representa, habían decidido enviar a los socialistas a la oposición por una temporada, sin que al PP adornara otro mérito que haber permanecido en la oposición hasta entonces. Ha sido necesario verla al frente del Gobierno valenciano para comprender que padecemos la derecha más reaccionaria e irresponsable de Europa. Produce vergüenza ajena observar cómo Zaplana, émulo de Aznar, osa mirarse en el espejo del laborista Tony Blair cuando su gestión no alcanza siquiera el nivel de la política social impulsada por el democristiano Helmut Kohl. Tres años han bastado para detectar que nuestro máximo representante institucional tiene como principal objetivo su promoción política personal, sin un proyecto de Comunidad, ya que ésta le es útil como estación de paso hacia otros destinos. Tal vez por eso continúa hablando valenciano sólo en círculos reducidos. Ha bastado un trienio para ver el deterioro progresivo de los servicios públicos, de la educación, de la sanidad, de las prestaciones sociales básicas, víctimas de la concepción mercantilista de la política y la administración pública propia de quien nos gobierna. Han sido suficientes tres años para detectar un retroceso en el terreno de las libertades, porque tienden a silenciarse las manifestaciones políticas, culturales o sociales que están fuera de la órbita del Partido Popular. Y en tres años de bonanza económica no han sabido frenar una feminización del paro y un incremento de las cuotas de exclusión social que las cifras oficiales del desempleo difícilmente pueden ocultar. Por eso cuando los socialistas hemos dado un paso adelante, los ciudadanos y ciudadanas han vuelto a otorgarnos la confianza reflejada en los últimos sondeos. Eso son las primarias: el primer paso de un proceso de participación, democratización y apertura a la sociedad que no ha hecho más que empezar. Son también una palanca para devolver a la derecha a la oposición. Personalmente, voy a luchar por merecer la confianza de mis compañeros y estar a la cabeza del debate electoral que nos llevará dentro de un año de nuevo a las urnas y, confío, al gobierno de la Generalitat. Voy a pedir un voto de confianza para mi persona, pero también para una serie de compromisos, a partir de unas prioridades consecuentes con los valores que defendemos frente a la derecha. La primera es, qué duda cabe, la formación y, en íntima relación con ésta, el empleo. La lucha contra el paro, que en nuestra sociedad se ha convertido en estructural, requiere políticas activas basadas en incentivos a las empresas, pero también en la multiplicación de los recursos para investigación y desarrollo y la detección de nuevos yacimientos de empleo. En lugar de adelgazar el Estado del bienestar, objetivo explícito de la derecha, nuestra propuesta es mejorarlo, convirtiéndolo en un trampolín de progreso más que en un salvavidas. No podemos hablar de solidaridad sin plantearnos alcanzar la media europea en gastos sociales, y en ese marco debemos dar un nuevo impulso a la igualdad real entre hombres y mujeres en todos los ámbitos, lejos de los gestos puramente publicitarios a los que nos tiene acostumbrados la derecha reaccionaria que nos gobierna. Nuestra defensa de los intereses, el desarrollo equilibrado y las señas de identidad de la Comunidad Valenciana han de tener como referencia la Europa de los pueblos. Me considero federalista y como tal apuesto por valencianizar nuestra política en coherencia con el compromiso contraído con los ciudadanos y ciudadanas de la Comunidad. Ellos y ellas son el objetivo último de la política y la administración pública: sólo estudiando a su lado lo que se puede prometer podremos cumplir nuestras promesas electorales. El Partido Socialista es un instrumento a su servicio, al servicio de unos valores y un modelo de sociedad contrapuestos a los del Partido Popular. Para aplicarlos, debemos ganar las próximas elecciones autonómicas. Ése es el cambio necesario y la razón por la que concurro a las primarias, con los pies en el suelo, el corazón con todos aquellos y aquellas que más dificultades tienen para salir adelante y los ojos puestos en un horizonte repleto de sueños por los que es necesario luchar cada día.
Joan Romero González es aspirante a candidato a la Generalitat en las elecciones primarias del PSPV-PSOE.
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