La resurrección
Existe una imagen semipóstuma de Antoni Asunción sentado sobre el barril de dinamita del Ministerio del Interior con la mecha muy apurada decidiendo su futuro en fracciones de segundo y saltando apenas un instante antes de la deflagración, como si fuese un James Bond de Manises. Este momento tan breve, sin embargo, fue tan denso como una época. Estaba muerto pero sin un rasguño. Su carrera política había terminado y no había muchos datos en la atmósfera que indujeran a pensar que se tratase de una circunstancia transitoria. Lo había perdido todo pero había salvado el tipo. Y este era un dato brillante entre la oscuridad total en la que había penetrado. Los días siguientes a la fuga del director general de la Guardia Civil, Luis Roldán, que provocó su dimisión en el ministerio, tenía la cara de color berberecho y deambulaba como un fantasma entre el hemiciclo y un despacho diminuto del Congreso de los Diputados, tratando de repensar su vida y capear el temporal. Roldán había derrumbado su capital político en Madrid, su vieja alianza con Ciprià Ciscar estaba rota y Joan Lerma todavía era inmortal. Había salido de Valencia en julio de 1988 para desempeñar el cargo de director general de Instituciones Penitenciarias a instancias de su amigo Enrique Múgica, quien dirigía el Ministerio de Justicia. Abandonaba la ciudad harto de la esquizofrenia de combatir el poder desde el poder. Estaba cansado de que Ciscar no culminase nunca la batalla contra Lerma, pactase en el último momento y se mantuviese en la vicesecretaría general del PSPV. Tras de sí dejaba una trayectoria brillante en diversos frentes: la alcaldía de Manises, la dirección general de Medios de Comunicación y, sobre todo, la presidencia de la Diputación de Valencia, donde había implantado con gran éxito y reconocimiento los planes cuatrienales, que habían llamado la atención de Múgica facilitando una amistad reforzada en la contrabarrera de la plaza de toros de Valencia. En Madrid le esperaba un camino ascendente que le llevaría a la secretaría general de Instituciones Penitenciarias para ser una pieza clave, junto a Múgica y el ministro de Interior José Luis Corcuera, en un plan de Estado para fracturar la costra a ETA a través de la dispersión de presos, que los desingularizaba y, en muchos casos como los de Etxabe y Urrutia, los abocaba a la colaboración y a la expulsión de la organización. Existe otra imagen del esplendor de esta época con un Asunción imparable con gafas de sol cortando agua sobre una tabla de windsurf frente a las calas de S"Espalmador. Para llegar al Ministerio de Interior sólo faltaba que la Ley de Seguridad Ciudadana se comiese al propio Corcuera, lo que ocurriría a finales de noviembre de 1993, cuando el Tribunal Constitucional tumbó una parte del articulado. Su gestión en Instituciones Penitenciarias había deslumbrado a Corcuera, quien sugirió a Felipe González que Asunción suponía el relevo natural en Interior. Pero apenas cinco meses después se había desplomado todo. La cúpula del partido le hacía el vacío y algunos de sus compañeros daban curso a la maldad de que había dejado escapar a Roldán. El contenedor de basura del ministerio se iba hinchando por momentos y aunque nunca llegara a estallar del todo, en el interior de muchas conciencias electorales ya se había producido esta explosión. Asunción se volvió un socialista introspectivo y concluyó que lo importante era tocar el suelo con el pie y volver a Valencia. Para ello, cuando terminó la legislatura, regresó a la empresa de su familia, dedicada a la fabricación de maquinaria para la cerámica, y en las horas libres se propuso hacer política como militante de base. Mientras se entretenía tirando piedras sobre la cresta de Lerma, diversificó los riesgos de su empresa con una piscifactoría de doradas y lubinas y empezó una actividad trepidante de zapador nocturno por las comarcas con el objeto de ir sumando el malestar para cuando llegara la coyuntura propicia. Bajo los neones se estaba fraguando el Movimiento para el Cambio, una plataforma donde confluían personas alejadas bajo la necesidad de abrir el partido a la sociedad. La renuncia de González a la secretaría general del PSOE puso a Lerma al pie de los caballos, y Joan Romero se llevaría el 8º Congreso del PSPV con el apoyo de Asunción. El otro escollo lo resolvería la victoria de Borrell en las primarias: Ciscar quedaba acorralado en la secretaría de Organización. Estos eran los signos que estaba esperando para volver a la vida política.
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