El Barça justifica los mediosSERGI PÀMIES
Cualquiera que haya seguido la reciente trayectoria del FC Barcelona sabe que uno de los méritos de Josep Lluís Núñez consiste en ser incapaz de resultar convincente incluso cuando tiene razón. En los últimos 20 años, ha tenido, como cualquier hijo de vecino, muchas oportunidades de equivocarse, pero lo más insólito es que cuando acertó en sus decisiones tampoco supo defenderlas ante la opinión pública con un discurso digno de la entidad a la que dice representar. Algo de eso parece haber ocurrido con el mal rollo que ha rodeado la baja de Ferrer y la todavía ambigua situación de Amor. Porque, aun suponiendo que todos seamos unos informadores corruptos y vendidos al entorno, resulta difícil no sonrojarse ante la metodología que la directiva y el cuerpo técnico han empleado en el caso Amor. Tras las expeditivas palabras de Van Gaal, ningún directivo se atrevió a matizar el discurso del entrenador (de una coherencia admirable, por otra parte) y los pocos que salieron a dar la cara -El Retorno de Mussons- lo hicieron para echar más leña al fuego. Lo más sorprendente, sin embargo, es que, en el caso de Amor, la postura del club es muy razonable ya que, lágrimas aparte, los legítimos derechos del jugador entran en contradicción con los no menos legítimos deberes de la directiva. Se trata, pues, de una simple cuestión de diálogo, que no debería haberse visto empañada ni por las reacciones de los periodistas (los aplausos de Puente Viesgo eran pitidos a Núñez), ni por las presiones del Representante Mayor del Reino ni, sobre todo, por la falta de decencia de la directiva. En manos de alguien con un mínimo sentido de la diplomacia, el caso de Amor se habría resuelto en 10 minutos, con total discreción, cediendo por ambas partes hasta alcanzar un pacto que no perjudique a nadie (y si no hay acuerdo, que se expliquen los motivos, pero sin insultar). El caso de Ferrer todavía es más surrealista. Legitimado por el doblete, Van Gaal comunica al defensa que no cuenta con él. Ferrer digiere el golpe y se busca la vida. El Chelsea le ofrece un contrato con el que demuestra, además de respeto futbolístico, ese otro respeto -económico- que tantas montañas mueve en la industria del espectáculo. Ferrer acepta. ¿Caso cerrado? ¡Qué va! De repente, aparece Núñez pidiéndole a Ferrer que le diga "que es feliz" con el trato y que hasta que no lo se lo diga, él no firma. Alucinante. Invitar a alguien a que abandone la empresa en la que lleva 15 años trabajando debería implicar facilitarle las cosas. Pero Núñez is different. Él y sus directivos practican un catenaccio mental que casi siempre envilece al que se marcha, como si, además de firmar el finiquito, uno tuviera que dar saltos de alegría. Si fuera la primera vez que sucede, podríamos pensar que se trata de que un-mal-momento-lo-tiene-cualquiera, pero llevamos demasiado tiempo juntos para pecar de ingenuos. Además de haber situado al club en una órbita de poder que responde a su concepción faraónica de las cosas -en la que basta con ingresar más de lo que se gasta para pasar por un genio de las finanzas-, el nuñismo lleva 20 años imponiendo la desconfianza como costumbre, la insinuación como método, la media verdad como arma dialéctica y la intoxicación informativa como sistema de alarma. Aprovechando el respaldo de la cuarta parte de los socios, Núñez se permite el lujo de esconderse (Neeskens), de ejecutar (Schuster), de calumniar (Johan y Jordi Cruyff), de regatear (Bakero), de utilizar (Stoichkov), de despilfarrar (Baía), de confundir (Ronaldo), de marginar (Rexach) y de desconcertar (Ferrer) cada vez que la agitada actualidad culé cuestiona su poder, sin que eso le impida soltar su discurso de que siente por los jugadores el cariño de un padre ("¡menudo es mi padre!", deben de pensar algunos). En lugar de exponer sus argumentos, busca el fácil respaldo de sus incondicionales, convierte a sus interlocutores en enemigos y los presenta ante la afición no como discrepantes, sino como satanizados adversarios (Àngel Fernández). Cuando nadie le pide que se defienda, tan sólo que se explique (Elefant Blau con el contrato de Anderson), prefiere el cuerpo a cuerpo y esa prepotencia sarcástica que tan buenos resultados le ha dado. Ya sea a través de Mussons, Gaspart, Sobrequés, Casaus o cualquier otro, el mensaje no varía: el Barça justifica los medios. Para dar mayor validez a esta ideología integrista, se recurre a unos argumentos de productividad con un cinismo y una falta de tacto que torpedean la ya dudosa afirmación de que "el Barça es más que un club" y pervierten la dignidad de la clase empresarial. Repetir que, en una empresa, a uno le echan a la calle con una patada en el trasero, le pagan la indemnización "y punto" es una mentira tan grande como el Camp Nou. Por supuesto que el mundo está lleno de patronos crueles y chupasangres, pero también existen miles de empresas dirigidas honestamente en las que se trata a los trabajadores con respeto y consideración. Y, a pesar de que las relaciones laborales fomentan injusticias y desacuerdos irreconciliables, a menudo se encuentran fórmulas que dignifican la situación del que, víctima de la ley del mercado, tiene que marcharse. En el caso del Barça, en cambio, parece que, desde el principio, se instaure una desconfianza que, cual pistola dialéctica, se pone encima de la mesa en el momento de negociar. Esta táctica que, sin motivo, se agarra a un acomplejado "a mí no me vas a timar por mucho representante que tengas", dificulta cualquier compromiso y encarece los acuerdos, además de transmitir una lamentable imagen del club. Porque otra constante de esta monocorde directiva ha sido la de no haber sabido estar a la altura de la historia del club, incluso en los momentos de mayor gloria. Quizá por eso, para poner las cosas en su sitio, parecen estar dispuestos a que sea la historia del club la que acabe estando a su (de ellos) altura. Después de 20 años de presumir de haber convertido el Barça en una temible potencia económica, haber revitalizado las peñas y las secciones, y haber sobrevivido a cuántos maremotos se han producido, los directivos del Barça siguen sin saber tratar a las personas que mayor respeto merecen: los jugadores y los aficionados, los únicos que de verdad podrían hacer algo para cambiar este indigno estilo de gestión.
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