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Scotland

DE PASADAPaco Aguilera tuvo el Miércoles Santo un Paquito Aguilera. Vive en la plaza de San Martín y, como buen músico, su hijo vino al mundo con las cornetas y tambores de la Lanzada. Cuando casi nadie se acordaba de Lorca, Aguilera le puso la música a Bodas de sangre en una versión de José Luis Gómez. Algunos de los sonidos del mejor teatro sevillano de los últimos tiempos han llevado su firma. Pero ahora que el balón de Francia 98 ha empezado a rodar, hay que recordar al Paco Aguilera que en el Mundial de España, aquel de 1982 que organizó la UCD y ganó Felipe con la colaboración de Sandro Pertini, organizó 79 conciertos y actividades musicales, desde María Dolores Pradera a las vestales brasileñas de Macunaima. El plantón de Camarón provocó un pifostio de no te menees en la plaza de España, el mismo escenario donde se instaló una gigantesca carpa en cuyo interior había un piano con el que el mismo Aguilera amenizaba la pernocta de aficionados y de algún que otro futbolista. Sevilla fue ese verano una ciudad brasileña. Joao Cabral, poeta que fue cónsul en esta ciudad, todavía sueña con un Río de Janeiro sevillano. Aguilera guarda buenos recuerdos de aquel Mundial cultural. No es el mejor el medio millón que le dejaron a deber. Aquel Mundial también tuvo un Brasil-Escocia que terminó en el armisticio de San Laureano. Empata Escocia en todos los televisores del mundo. "Estos escoceses son duros como el ñandubay", escribía Ernesto Sábato en Sobre héroes y tumbas. Un libro ideal, con su Informe sobre ciegos, para Javier Clemente, para quien todo es banal en los periódicos salvo las esquelas y el cupón. En la novela de Sábato hay un golazo de Seoane a pase de Lalín. El preludio de la diagonal: "Cruzámela, viejo, que entro y hago gol". La esquela marca las vísperas del partido del sábado con el óbito del dictador nigeriano Dani Abacha, Tirano Banderas en el África negra y petrolífera. Todo es Mundial. Toulouse era hasta ayer un ballet que homenajeaba a George Balanchine en el Maestranza. Hoy es un campo de fútbol donde se juega el Camerún-Austria. "Balanchine viste mucho", dice Anne Perret, "pero los bailarines eran muy flojitos. Es como vestir trajes de Christian Lacroix modelos despeinadas que no sepan andar". Esta francesa afincada en Sevilla lamenta que los pilotos capitalizaran el mayo francés. Malos Aires en ese París tan de Cortázar.

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