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Vila-real

VICENT FRANCH I FERRER Desavenencias entre los notables nuevos pobladores de Borriana y una prominente familia judía, la de Salomó Vidal, indujeron al rey Jaume I a fundar una nueva ciudad en la parte noroccidental del entonces extensísimo territorio de la Borriana recién conquistada, que se extendía más arriba del llamado Barranc de Ràtils. Desde entonces, y generación tras generación, la memoria histórica de los borrianencs se ha alimentado de un fondo de rencor no siempre venial hacia sus vecinos de la vila reial. Tildados de beatos, o de beodos (perdón), o de insustanciales, o de simples, los infaustos años del esplendor de la naranja acrecentaron aún más si cabe la sensación de falsa superioridad sobre ellos. Canciones populares, chistes, fábulas y despropósitos nutrieron un estereotipo banal de los vilarealencs entre nosotros mientras su genio austero y devoto y su diligencia en los negocios les iba acercando al despegue industrial que les convertiría finalmente en sede de un equipo de la división de honor del fútbol español. Aún recuerdo los turbulentos encuentros entre el Villarreal CF y el Borriana CF en el Campo de El Madrigal o en el San Fernando, siempre jugados a cara de perro y en medio de circunstancias de relativo alto riesgo; o cuando fuimos a apoyar a la Real Sociedad en un partido de Copa que ganó aquella por cero a uno, sólo porque el blanquiazul era el color también de nuestro equipo. Pero también y en desagravio, cuando estrené a finales de los sesenta con otros nadadores la piscina olímpica de El Termet, donde Salvador Montoliu reinaba como el nadador más poderoso de nuestras comarcas y a donde me desplazaba desde Borriana en bicicleta. O, cuando de la mano de Joan Soler, ya en la transición, me convertí en asiduo opinante y contertulio de Radio Popular, entonces un verdadero oasis de libertad. O, en fin, cuando acompañé a principios de los ochenta al entonces candidato a alcalde Enrique Ayet a Les Alqueries colaborando para que le tomase el pulso a los deseos de segregación de buen número de ciudadanos de ese núcleo urbano y rural de donde, por cierto, procedía la familia de mi abuelo paterno... Diría, pues, que desde muy pronto había superado el viejo prejuicio contra ellos. Tantos años después, de madrugada, en la confluencia de los viejos caminos que llevan de Borriana a Vila-real y Almassora, centenares de vehículos arrojan la evidencia de que una buena parte de borrianencs se gana la vida en las prósperas industrias de nuestros vecinos. En 30 años, pues, de aquellos atávicos prejuicios habríamos pasado a formar parte y de manera natural de una conurbación donde Vila-real constituye el centro neurálgico. El hecho del ascenso del equipo local a la división de honor del fútbol no hace sino corroborar que el despegue de nuestros vecinos, además de contable en términos de PIB, diversificación industrial y emporio de empleo, y por tanto, en acierto de objetivos económicos acaba de recibir un merecido premio que es como el doctorado en ciudad. Por eso, y por todo lo demás, y desde mi condición de borrianenc que sufrió el embate de los prejuicios pero que lo superó críticamente al emplear más intensidad en enderezar mi pueblo que en envidiar al vecino, creo que ha llegado el momento de pedir a mis conciudadanos un expreso acto de contricción, un magno reconocimiento al fillol que le implantó en el siglo XIII dellà de lo Riu Sech un rey que no tiene dedicado en Borriana más que un carreró, que ha ido tan lejos como nosotros no pudimos soñar hasta hoy. Besos y abrazos.

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