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Reflexiones temáticas sobre un parque

Lamento tener que participar en una polémica un poco absurda, por inexistente, en torno a un tema de carácter temático, valga la redundancia; pero no puedo resistir la tentación de realizar algunas consideraciones sobre el estado de la cuestión en la Comunidad Valenciana, al hilo, por si alguna excusa hiciera falta, de la posible ubicación de otro parque temático (PT), esta vez de la Universal, al lado de Port Aventura en Salou, Tarragona. Para comenzar por el principio, digamos que los parques temáticos en Europa tienen una dilatada historia que se inicia ya en 1843 con Tívoli Gardens en Dinamarca y finaliza en 1997, con la puesta en marcha de Isla Mágica en Sevilla. En la actualidad se cuenta con 31 parques en la Unión Europea, con una afluencia anual de casi 36 millones de visitantes. Estamos hablando, pues, de un producto que no es desconocido para el consumidor europeo. En este contexto, la pregunta es obvia: ¿Tiene sentido plantearse la creación de un PT en la Comunidad Valenciana? La respuesta es sí, sin duda, por dos motivos fundamentales; en primer lugar, porque un PT rompe la inercia de un modelo turístico monoproducto, basado muy mayoritariamente en el sol y la playa, permitiendo captar nuevos segmentos de demanda y elevar substancialmente las garantías futuras respecto de la permanencia de la actividad turística en nuestro territorio. Pero, en segundo lugar, porque, a pesar de la significativa expansión de PT, el ratio de visitas per capita en Europa -0,50 en Australia, 0,60 en Japón y EE UU- está poniendo de manifiesto el importante potencial de crecimiento que existe para este tipo de instalaciones; potencial, por cierto, que es aún mayor para algunos de ellos, como es el caso de Reino Unido, Alemania, Italia y España. No obstante, un planteamiento serio a la hora de adoptar una decisión de esta envergadura debería de incorporar una serie de factores claves que deben ser tenidos en cuenta si se pretende reducir el elevado riesgo con que se enfrenta un producto de estas características. En primer lugar, resulta esencial disponer de un socio tecnológico solvente que diseñe, mantenga y renueve periódicamente las instalaciones del parque. Con ser la vertiente financiera -por su volumen- muy importante, ésta puede verse seriamente afectada negativamente en su rentabilidad si no cuenta con el know how que garantice la gestión, el buen desarrollo y las periódicas renovaciones de un proyecto que es de elevada complejidad técnica, por una parte, y que, por otra, dispone de numerosas unidades de negocio -atracciones, merchandising, servicios complementarios, alojamientos, parking, etc-. Seguramente, esta es la explicación de que exista una significativa concentración de parques europeos en torno a unos pocos grupos empresariales-tecnológicos -Eurodisney SCA, The Tussauds Group y Walibi Group- que controlan un total de 11 PT en Europa, con 21 millones de visitantes en 1995. Hasta el momento Terra Mítica no parece contar con socio tecnológico alguno. En segundo lugar, resulta cada vez más imprescindible la búsqueda de nichos especializados, en un mercado consumidor que ya comienza a estar habituado al producto, genéricamente considerado, y desea una diferenciación cada vez mayor de sus contenidos, condición ésta que se exige, tanto más cuanto el nombre del parque no está ligado a alguna marca reconocida, como Disney, Warner, Lego, Astérix o Universal, por ejemplo, cuyos temas quedan definidos por productos históricos asociados a ellos. Pues bien, por lo que se conoce de Terra Mítica éste puede quedar englobado en la sección de PT genéricos, en la línea de Port Aventura -con una gran diversidad de atracciones: mecánicas, culturales, viajes, simuladores, etc- y debo recordar que, como sucede con cualquier otro producto disponible en el mercado, gana el que llega primero y ocupa el espacio. En tercer lugar, existe un problema de localización en el territorio, de tal modo que si un PT se ubica en un destino orientado tradicionalmente a otro producto principal, por ejemplo sol y playa, con marca reconocida, clientes, canales comerciales e infraestructuras adaptadas a éste, pueden surgir numerosos problemas derivados de la superposición de ambos modelos. Problemas que pueden ir ligados, por una parte, a la posible confusión generada en el cliente potencial, el cual identifica ya un determinado destino con un producto específico, resultándole difícil aceptar que ahora, también, es otra cosa; y, por otra parte, a la superposición de productos en un mismo municipio, lo que puede provocar un cierto efecto expulsión del turismo tradicional, reduciendo así el efecto neto de la diversificación para la región en su conjunto, cosa que no tendría por qué ocurrir en el caso de que el nuevo producto esté ubicado en otro municipio cercano, generando una referencia territorial propia y diferenciada de aquél. ¿No podría suceder esto con la ubicación de Terra Mítica en Benidorm, con marca y referencia ya consolidadas, en detrimento de otros destinos cercanos, como Alicante, por ejemplo? Por lo que respecta a la Ciudad de las Ciencias y las Artes, que podría haberse convertido en un auténtico PT especializado en ciencia y tecnología, siguiendo los pasos de otras experiencias europeas -como es el caso de Futurscope, en Poitiers-, su planteamiento, desde el punto de vista turístico, siempre fue tímido y sus objetivos, cuando menos, confusos desde el principio -incluso cuando todavía sólo era Ciudad de las Ciencias-, de tal modo que puede decirse que se trata de un proyecto a medio camino entre un parque temático en toda regla y la dotación de una cualificada oferta urbanística y de ocio para sus habitantes. La ausencia, pues, de la masa crítica que le es exigible a un PT, puede convertir a aquélla, más en un oferta complementaria, importante sin duda, que en un producto principal capaz de diversificar la oferta turística regional. ¿Otra oportunidad perdida? Ya sé que la política tradicional por estos lares es la de remitirse a los hechos consumados y no a analizar proyectos, pero, dado que estamos hablando de inversiones estratégicas, por su cuantía e importancia, para nuestra posición futura en los mercados turísticos, tal vez hubiera sido conveniente, sin ánimo de molestar a nadie, que se dedicara algún tiempo y esfuerzo a considerar las alternativas. Y, como soy consciente de que aquí esto es imposible, pues dicho queda. Confiemos en la Providencia, ya que no en los cálculos. Al menos, durante un tiempo, constataremos, como dice uno de esos simpáticos corolarios de la Ley de Murphy, que la confusión crea empleos.

Andrés García Reche es profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Valencia.

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