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Reportaje:

La montaña caprichosa

Dhaulagiri: montaña nepalí de 8.167 metros de altitud, una de las catorce más altas del planeta, famosa por sus avalanchas de nieve y por rodearse de tupidas nubes. Por algo la llaman la Montaña de las Tormentas. En el último mes se ha tragado la vida de tres personas: primero un griego y la semana pasada, una de las alpinistas francesas más prestigiosas, Chantal Mauduit, y un sherpa. A ellos dos y a su tienda les tapó un alud en el campo II, a medio camino de ascenso. Hasta el pasado sábado, nadie sabía dónde paraban. Ni siquiera el vitoriano Juanito Oiarzabal ni los hermanos guipuzcoanos Félix y Alberto Iñurrategi, los montañeros más reputados al sur de los Pirineos. Y eso que habían dormido "a un metro de ellos", según relató el propio Oiarzabal. Les encontraron por casualidad, rascando con una navaja la nieve del suelo. La montaña, siempre tan caprichosa, quiso que los alpinistas vascos corrieran la suerte contraria. Ayer triunfaron una vez más: entre los tres suman ya 30 ochomiles. El alavés, 12; los hermanos, nueve cada uno. El suyo ha sido un ascenso obstinado, un éxito por insistencia. Oiarzabal perseguía al Dhaulagiri desde el año pasado. Durante un mes esperó en balde a que remitiera la nieve, y se volvió con las ganas. Esta vez la historia amenazaba repetirse: su expedición, compuesta también por los alaveses Juan Vallejo, Luis Ángel Rojo y el guipuzcoano Josu Bereziartua, quería un ascenso rápido y enlazar con la subida a otro ochomil, el Annapurna. Sin embargo, después de tres intentos frustrados y más de un mes de espera habían agotado las fuerzas y los permisos de estancia. Los Iñurrategi formaban parte de otra expedición, la televisiva Al filo de lo imposible. Sus otros compañeros, el guipuzcoano Jon Lazkano y los vizcaínos Juanjo San Sebastián y José Carlos Tamayo, se habían vuelto a casa exhaustos. Al final, el azar o la tozudez hicieron que estos tres rivales deportivos, pero al mismo tiempo compañeros de himalayismo, fundieran sus esfuerzos y llegaran ayer a las diez de la mañana -hora nepalí- a la cumbre. Con el permiso de la montaña y del claro abierto en el cielo. Los tres pernoctaron en una tienda en el campo III, a casi 7.000 metros. Salieron disparados a las dos de la madrugada y se vieron con tantas fuerzas que permanecieron en la cima una hora -mucho tiempo para este tipo de ascensiones-. Oiarzabal tuvo tiempo hasta de hacerse una fotografía con un retrato de Santi Abad, jugador del Tau. En la subida tuvieron una ayuda adicional. Luis Ángel Rojo, Gorri, hizo el trabajo sucio desde el campo base y, mediante prismáticos y walkie-talkies, guió a sus compañeros. Así evitó que, como en un intento anterior, se desorientasen. "Estamos muy cansados. Es una montaña esquiva, pero muy bonita", comentó Oiarzabal vía satélite. El descenso fue meteórico. Y lo será más cuando un helicóptero les traslade mañana hasta Katmandú. La montaña es exigente, pero con buen patrocinador se hace más llevadera.

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