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Arriaga, primera etapa

JAVIER ELORRIETA Evidentemente, el decorado del teatro Arriaga parece propicio para escenas atemperadas, cuando se convierte en marco de discurso político. Los usuarios de su escenario, sean de un partido político u otro, suelen escenificar lo más centrado de sus mensajes, si se entiende por centrado el tono más conciliador -o si se prefiere, menos crispado-, al mostrar la parte más propia y a la vez diferencial respecto a los contrincantes políticos. Ibarretxe lanzó el nacionalismo amable. El presidente de su partido inauguró aquel estilo cuando afirmó que era antidemocrático e injusto identificar vasco con nacionalista y considerar a Euskadi patrimonio propio. Pero ya dijo el Señor que por sus obrar les conoceréis. Y ahí está lo que emana de su alma y su pluma, de su voz y de la de su portavoz. A Joaquín Almunia le tocó comentar las posiciones de su partido frente al problema del terrorismo con los efectos recientes de dos asesinatos que se habían producido en los días previos. Más didáctico que dejándose tentar por la posibilidad de abusar del lapsus de excitación de Aznar, fijó claramente que el diálogo político debe estar al margen de la lucha antiterrorista, que este dialogo sobre lo que se quiera es posible desarrollarlo en el marco constitucional que lo permite, incluso si se quiere hablar de su propia reforma, que el propio texto asume. Vino a decir que no tiene justificación formal alguna el diálogo político con el terrorismo y sus apoyos, porque no hay ningún pretexto válido; no existe cobertura argumental desde las reglas de juego que la Constitución ampara para apelar a ningún déficit democrático (que ya reconocía el propio documento Ardanza) que justifique políticas de negociación con ETA y HB. Pero las expectativas estaban puestas en la intervención del candidato del PSE, que ya en le acto previo de su presentación oficial hacía una valoración del agotamiento de la política de colaboración con el PNV en el Gobierno vasco, dado el balance con el que se ha llegado. Nicolás Redondo ha concentrado la campaña en el eslogan "empleo y paz", y apeló a la vieja y conocida frase de Fernando de los Ríos de que "la economía tiene que estar al servicio del hombre, no el hombre al servicio de la economía". Y aunque el pensamiento es éticamente impecable y argumentalmente indiscutible, la complejidad de las realidades de la política económica no pueden abordarse exclusivamente desde la belleza moral de algunos enunciados. En el plano de la polítíca general, Nicolás Redondo es consciente, supongo, de que tiene que arriesgar en su compromiso de cambio para superar algo que tiene interiorizada gran parte de la base militante y electoral de su partido. Y también estuvo más explicativo que vehemente. Pero a pesar de esas apelaciones a la asunción del pasado "con orgullo" y esos gestos a los que fuerza el guión, el papel de la participación del PSE en el Gobierno vasco para atemperar la imposición nacionalista y gobernar para todos ha sido lamentable. Por eso habló de normalidad más que de ese eufemismo, combustible para la apisonadora, que es la normalización. Y juró solemnemente ante sus compañeros y auditorio que, de no comprometerse el PNV a una actitud más acorde con la realidad plural del país, con la defensa del marco democrático constitucional y estatutario -lo que implicaría otras políticas en relación con los medios de información de control público, el terrorismo, y otra política cultural frente a la realidad plural de la sociedad vasca- se colocarían en su sitio: en la oposición. Y de repente, el aplauso más sonoro de la jornada atronó en el Arriaga. Y no hace falta ser un agudo observador para comprender que aquel aplauso no estaba proyectado a un posible futuro, sino que era la expresión del descontento actual con el papel del PSE en el Gobierno vasco por parte de las bases. Y esta interpretación creo que ni los balances de gestión políticos, ni los más afinados argumentos desde la posible necesidad doméstica de ocupantes de primeras filas podrían sinceramente desmentir.

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