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"Andlés", goleador español en Pekín

Un ex jugador del Gimnàstic de Tarragona se convierte en estrella del fútbol chino

«Andlés, Andlés». Un nombre suena con fuerza entre las casi mil personas que han acudido al entrenamiento del Beijing Gouan, el equipo de fútbol de la ciudad de Pekín. «Andlés» es en realidad Andrés Olivas, un delantero español de 194 centímetros, cuya figura sobresale entre la modesta estatura de sus compañeros del club de la capital china.Una valla separa a los aficionados de sus ídolos. Andrés Olivas saluda y se introduce en los vestuarios de las instalaciones anexas al estadio de los Trabajadores de Pekín. El jugador tiene dos vidas. En Valencia, donde viven sus padres, este hombre que nació en Jaén hace 31 años puede pasear sin que nadie le reconozca. En Pekín debe plegarse a las obligaciones de la fama.

A inicios del pasado año jugaba en la Segunda B española, en el modesto Gimnàstic de Tarragona. Desde abril de 1997 firma autógrafos, gana competiciones nacionales y juega torneos continentales, aunque sea a 13.000 kilómetros de su casa, en un país de escaso pedigrí futbolístico.

Para los aficionados del Beijing Gouan, uno de los equipos punteros de la Liga china, es difícil de asimilar que Andrés Olivas, segundo en la tabla de goleadores el pasado año, no haya jugado en el Real Madrid o el Barcelona; que no vaya a estar en la Copa del Mundo de fútbol, nunca haya sido internacional y que en España casi nadie le conozca.

Una muestra de la popularidad de Andrés Olivas en Pekín es la calle Tyuguan Lu, en el centro, donde casi todos los comercios de material deportivo exhiben un póster del jugador español en la entrada. «Cuando voy a España y le digo a mi familia y amigos que yo en China soy como Mijatovic, no me pueden creer», afirma el jugador.

La popularidad de Andrés Olivas subió como la espuma cuando el pasado mes de marzo marcó los dos goles que dieron la victoria a su equipo en la final de la Supercopa de China contra el Dalian Wanda. El Beijing Gouan, campeón de la Copa el año pasado, se imponía por 2-1 al vencedor en la Liga y finalista de la Copa de Asia.

Pero no todo fue fácil para el jugador. Cuando llegó en abril del año pasado, su mujer, Aurora, y su hijo Andrés, de tres años, se quedaron en Valencia. «Estaba solo. Es difícil hacerse comprender. Aquí amanece muy temprano, a las cuatro o cinco de la mañana. A esa hora abría la ventana de la habitación y veía a la gente haciendo gimnasia por la calle. Algunos de ellos andaban hacia atrás y yo pensaba en coger el primer avión de vuelta», explica.

Pero contuvo esos impulsos. Su familia llegó dos meses más tarde, y pronto su atlética figura se hizo la más popular entre los seguidores del Beijing, pese a que el equipo cuenta con otros dos extranjeros, los paraguayos Jorge Campos y Casiano del Valle. El primero, incluso, ha sido incluido en la lista de 22 jugadores de su país para el Mundial.

Ahora, Andrés Olivas se siente totalmente integrado en el fútbol chino. Acostumbrado a jugar ante 2.000 o 3.000 personas, se vio de pronto en algunos partidos delante de 80.000. Pero dice que tiene «la espinita clavada de no haber podido jugar en Primera División en España».

Fue el primer jugador español en llegar a China y el único que permanece. Asegura que no es fácil hacerse un hueco en el fútbol chino: «Te hacen contratos de un año y si no respondes, no te renuevan». En noviembre, cuando acabe su segunda temporada en China, decidirá si sigue en Pekín o se marcha a otro equipo del país asiático, donde ya se ha hecho un nombre.

Por otra parte, Olivas ya ha conseguido su primer contrato publicitario para anunciar una loción capilar. «Creo que Julio Salinas también anunciaba productos para el cabello en España», recuerda el delantero del Beijing, que tiene unas características similares de juego al vasco, quien, por cierto, no se encuentra muy lejos de Pekín, en el japonés Yokohama Marinos.

Pero si la aclimatación al fútbol chino ha sido exitosa -«cobro lo que percibiría un buen jugador de Segunda División en España-», la adaptación a la vida en China es una tarea más difícil. Lo supo cuando, en un restaurante, intentaron agasajarle con una tortuga agonizante. No se atrevió a probarla.

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