Desenlace previsto por la vía inesperada
Los isleños cayeron, pero con grandeza, víctimas del azar y la fatalidad
La final se saldó de acuerdo al enunciado de la mayoría y fiel a la tradición: el Barça ganará con muchos problemas, pocos goles y a balón parado. No estaba escrito, sin embargo, que fuera en una segunda tanda de penaltis, y después de que Stankovic desperdiciara un lanzamiento que significaba la Copa para el Mallorca. El pánico le pudo al equipo balear, que se superó en el cumplimiento de sus obligaciones. Los rojillos cayeron con grandeza, víctimas del azar, de la fatalidad. Cúper solamentese se rindió ante Van Gaal cuando el partido pasó a depender de las estrellas, de la suerte, del estado emocional de cada futbolista que aparecía por el punto de penalti. Jugadas que jamás se preparan a conciencia. De hecho, ningún equipo las había preparado. Es la épica de la Copa, majestuosa, caprichosa. No es fácil reducir los factores de riesgo en una competición que, pese a su previsibilidad en el resultado, resulta siempre caprichosa en el entretiempo. No marcó el Mallorca en una contra larga y rápida como se aseguraba, sino en una acción de ataque estático, y el Barcelona fue incapaz de imponer su aviación, su remate aéreo, como temía Cúper, sino que tuvo que aliarse con los dioses.
El Barça llegó demasiado desconfiado al partido. Engrandeció al Mallorca hasta el punto de hacerle sentir candidato al título desde la salida. Los azulgrana se obsesionaron con el rival, con las dificultades que presentaba, y trabajaron a contrapelo. Desde el masajista al capitán azulgrana, anunciaron que no podían tener peor rival en la final.
Entre desconfiado por el rendimiento de su propio equipo y angustiado por el carácter indomable del grupo de Cúper, Van Gaal intentó preparar el encuentro con sumo cuidado. El sábado alineó en el derby al equipo titular para aumentar los automatismos del equipo y alimentar la moral del colectivo, el domingo confesó a Rivaldo y le obligó a entrenarse con los suplentes, el lunes ya reunió a la plantilla para presentarle las suertes que practicaba el Mallorca en las jugadas a balón parado y, durante días, creó un clima tensionado.
Olvidó, sin embargo, mirar sobre asuntos de debate nacional, y en los que no quiere entrar por despecho. El más grave es como ha cubierto la baja de Sergi, que no sólo ha dejado al Barça con un brazo sino que su sustitución ha provocado desajustes que delatan la falta de una estructura defensiva estable: Reiziger entró como un segundo marcador y Bogarde quedó desplazado a la banda. Perdió salida el equipo y también colocación. El gol del Mallorca llegó precisamente por una acción mal defendida de todo el grupo: Giovanni se quedó doblando a Bogarde y Amato no perdonó .
La entrada de Roger en el segundo tiempo como falso lateral invirtió precisamente el fútbol del Barcelona, pese al empeño de Van Gaal por mantener a Bogarde y Reiziger, y prescindir de Chapi Ferrer. Pasó a defender mejor, se estiró más, Figo se sintió más aliviado, Giovanni apareció en el área contraria y hasta Rivaldo encontró el hueco justo para meter su zurda y reecontrarse con el gol .
Las respuestas individuales dieron profundidad al Barcelona y desubicaron al Mallorca hasta el punto que Cúper perdió su punto de referencia: Engonga dejó el puesto de medio centro para Mena al tiempo que Ezkurza tomaba la banda derecha. El dibujo del equipo perdió definición: ya no ocupaba los espacios de forma tan racional ni se repartía el trabajo de forma tan equitativa. Pero tuvo grandeza para reconducir la contienda a sus prolegómenos: el partido respondió entonces al guión escrito en el camerino y que el 0-1 había cambiado.
Tuvo más posesión de pelota el Barcelona, jugó a la contra el Mallorca y proliferaron las faltas tácticas. La experiencia de los azulgrana resultó entonces determinante. Jugaron con mucho más sentido, paciencia y malicia. El rival se vio obligado a un esfuerzo tremendo. La expulsión de Mena desencadenó una sangría en el bando rojillo. La pérdida de una pieza resulta vital en un equipo en el que hasta el portero reserva tiene su parcela. La tarjeta roja a Romero confirmó el desequilibrio mallorquinista.
Llegada la prórroga, la final quedaba reducida a una única pregunta: ¿cuánto tiempo tardaría el Barcelona en marcar?, una cuestión que, con el discurrir de los minutos, planteó otra demanda: ¿resistirá el Mallorca, al que ni siquiera le quedaba la opción de un gol de oro, suerte no contemplada en la Copa?. Pues aguantó con sólo nueve jugadores la prórroga entera, hasta forzar los penaltis, y allí se desplomó. No supo ajusticiar al Barça cuando lo tenía entregado y tras haberle martirizado con una defensa heroica.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.