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¿Por qué corren?

Cuando la primavera de traviesos dedos irrumpe en el calendario, desbaratando, sin premeditación pero con alevosía, los más sesudos pronósticos de los sufridos meteorólogos, me toca enfrentarme de nuevo con uno de los grandes enigmas de la humanidad. Aunque sin demasiado aplomo, he llegado a elaborar ciertas hipótesis personales sobre el "quiénes somos", el "de dónde venimos" y el "adónde vamos", pero sigo sin tener la más remota idea del motivo por el que miles de seres humanos de ambos sexos y variadas condiciones, aparentemente en posesión de todas sus facultades mentales, deciden cada año, motu proprio, sin que nadie les obligue o les persiga, recorrer a trote lento más de cuarenta kilómetros de puro y duro asfalto ciudadano, un vía crucis laico que, para más inri, afrontan, numerados y encarrilados cual rebaño, entre un fastuoso despliegue de reclamos publicitarios. Cuando estas líneas vean la luz, si el tiempo lo ha permitido y con el beneplácito y patrocinio de la autoridad competente, 7.500 ciudadanos en pantalón corto saldrán de estampida alegremente por un circuito urbano cortado al tráfico rodado. Es probable que un pequeño tanto por ciento de ellos lo haga por razones puramente deportivas, para optar a una de las primeras plazas o mejorar sus marcas personales. Existen profesionales del atletismo cuya meta consiste en prepararse para la más dura y sacrificada de las carreras, una prueba que rememora la mortal paliza que se dio un soldado ateniense para llevar a la capital la noticia del triunfo de Milcíades sobre los persas en el año 409 antes de Cristo. Aquellos 42 kilómetros, más 195 metros de propina, que le costaron la vida al extenuado mensajero, se convirtieron con el paso del tiempo en un desafío olímpico, tal vez ideado para demostrar cómo la raza humana ha ido mejorando con el tiempo, no en lo intelectual, sino en lo físico. Los maratonianos de élite no sólo sobreviven al esfuerzo, sino que, además, unos segundos después de consumada su hazaña, ya se encuentran en disposición de hacer declaraciones y posar ante las cámaras como si acabaran de salir de la ducha.

¿Pero por qué corren los otros? Dispuesto a solventar el enigma de una vez por todas, estuve pensando seriamente en inscribirme en el maratón madrileño de este año, a tomarme el asunto como un gaje más de este arriesgado oficio periodístico que exige de sus oficiantes arduos y costosos sacrificios cuyos resultados raramente se traslucen en el papel impreso.

Totalmente ajeno a semejantes prácticas atléticas, y con objeto de prepararme correctamente para la prueba, recabé información de la empresa organizadora, el Mapoma, que amablemente me hizo llegar sus recomendaciones. La cosa empezaba bien, de entrada se trataba de dormir cuantas más horas mejor los días previos a la carrera, consejo que seguí a rajatabla. Tampoco le hice ascos a la dieta sugerida a base de hidratos de carbono y me atiborré de pasta, pan y patatas fritas durante una semana. Lo peor venía luego, el Mapoma indicaba que el día de la carrera era preceptivo levantarse a las seis de la mañana y enfrentarse a un desayuno con pan integral y sales minerales.

Ni el madrugón ni el desayuno consiguieron que me arredrara. Si en el último momento cancelé unilateralmente mi participación en la carrera fue, entre otras cosas, a causa de los siguientes preceptos de la lista, que sugerían que me embadurnase de vaselina, sobre todo axilas, genitales e ingles, para evitar rozaduras, y usar tiritas... para evitar que sangren los pezones.

Faltaba el remate, el colofón, la puntilla y el descabello. Para insuflar ánimos a los más remisos, los organizadores prometían que su calvario estaría amenizado en puntos claves del recorrido por dos bandas de música con mucha marcha, un coro rociero y una formación de gaiteros asturianos. El programa musical se completaba con una versión en directo de Carros de fuego a cargo de la familia Pareja, ubicada en el kilómetro 16,500, y una recreación, no menos familiar, del Aleluya de Haendel, en el kilómetro 41, por gentileza de la familia Maldonado, que lleva 20 maratones perpetrándola in situ sin que a nadie se le haya ocurrido preguntarles por qué lo hacen.

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