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Una batalla de decibelios

Los Moros y Cristianos de Alcoy se disputaron ayer el castillo de la ciudad a pólvora y espada. Cientos de decibelios se apoderaron del casco antiguo de la población, que representó así la batalla de arcabucería o Alardo que tuvo lugar en 1276 ante el asedio del caudillo Al Azraq. No era el día adecuado para los temerosos del estruendo y sí para los amantes del ruido y la pólvora, que se llegaba a sentir incluso en las poblaciones de alrededor. En unas cinco horas se quemaron en Alcoy cerca de 5.000 kilos de este explosivo. La batalla tuvo como detonante el parlamento entre los embajadores cristiano y moro. Por la mañana este último, a quien da vida Francisco Marín, se apoyó en un texto anónimo y centenario para pedir la rendición del castillo. La negativa del cristiano, Salomón Sanjuan, dio pie a desenfundar las armas para la batalla. Los protagonistas de esta atronadora guerra, que cada año cierra la trilogía festera alcoyana en honor a Sant Jordi, fueron unos 1.500 festers. Comenzaron el avance los del bando cristiano, formado por 14 filaes. A una distancia de unos cinco metros, como medida de seguridad instaurada por la Asociación de San Jorge, los festers hicieron sonar el disparo de sus trabucos al acecho de los moros. Delante y dirigiendo la sintonía del fuego iba el Primer tro, que así se conoce al representante de cadas filà. En el centro el Cop, con el trabuco más potente, y cerrando el grupo, el Darrer tro. Esta procesión tuvo su punto culminante en el cruce de capitanes, que representan al rey Jaume I y al caudillo Al Azraq. Este último, que llamaba la atención por sus atípicos ojos azules, fue durante largo tiempo señor de los Valles de Gallinera y Alcalà. No en balde estos parajes aún conservan la reminiscencia musulmana que durante siglos los dominó. El Encaro de los cabecillas de ambos bandos se escenificó en lo alto de la calle de San Nicolás y acabó con un brindis y el retroceso de los cristianos de vuelta al castillo. Quemada ya por la pólvora, a la puerta de la fortaleza, los capitanes moro y cristiano demostraron que también se las entienden con las armas blancas. El moro, que encarna este año Lionel Grau, arrebató al cristiano, Luis Moltó, las llaves de la ciudad con el filo de su espada. Desde el balcón del Ayuntamiento seguía este episodio, muy atento, el presidente del Congreso, Federico Trillo. A pesar de ser fester de fulla -que está apuntado y paga- de la filà Mozárabes -también conocidos como gats- ayer era la primera vez que Trillo presenciaba el Alardo que cierra las fiestas de esta población. "A mí cada año me sorprende más Alcoy. Descubro algo nuevo y que supera al anterior en la fiesta. Me ha parecido magnífico", dijo eufórico el político.Este año, sus obligaciones en el Congreso de los Diputados no le permitieron el día 22 participar en la entrada cristiana como ha hecho habitualmente. Después de acabar su trabajo en el pleno del día 23 de abril voló a Alcoy para vivir como fester las últimas horas del día de Sant Jordi y la batalla de ayer. "Es una nueva manera de comprender la fiesta que a mí me faltaba. No se entiende bien sin toda esta exhibición de ruido de pólvora", añadió. Así, Trillo aguantó de nuevo los truenos de los arcabuces por la tarde en la segunda parte de la batalla en la que quienes avanzaban eran los festers de las 14 filaes moras al asedio de los cristianos. Finalmente el niño Sant Jordiet, Francisco Belda, que personifica este año al patrón de la ciudad, decidió la victoria cristiana. Él fue quien la noche del 21 de abril dio orden de que comenzaran los actos con la interpretación de L"Himne de festes y de igual modo los cerró ayer. Apareció montado sobre un caballo de cartón en las almenas del castillo de madera que preside la plaza de España de Alcoy. Con la única luz que surgía del castillo y entre humos de colores provocó una lluvia de flechas que, al igual que narra la leyenda, acabó con los moros invasores. El parte de guerra destacó 23 quemados leves en la batalla.

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