"Cuando Jordi Pujol abre la boca, está hablando Herder"
Richard A. Cardwell (Kent, 1938) es un hispanista de amplio espectro. Fascinado desde niño por la huella islamista en España, hizo su tesis doctoral sobre Juan Ramón Jiménez -El aprendizaje modernista de Juan Ramón Jiménez 1895-1900: a pesar de los años transcurridos aún no se ha traducido al castellano-, ha publicado libros sobre Blasco Ibáñez, Zorrilla y el modernismo, y ha escrito numerosos artículos sobre diversas figuras literarias del romanticismo y el fin de siglo español. Desde hace 30 años enseña en la Universidad de Nottingham y ayer estuvo en Barcelona, participando en el congreso sobre el 98. Pregunta. En su conferencia ha descrito usted con detalle las característcias arcaizantes del pensamiento romántico y modernista catalán. Respuesta. Sí, es un fenómeno común a muchos países de Europa, que arranca del romanticismo alemán, de las obras de Herder y de los hermanos Schegel, principalmente. Barcelona comparte, además, con otras ciudades europeas ese "sentimiento vulnerado" del que hablaba Berlin. Es decir, esa convicción y ese recuerdo de que la historia la ha golpeado. Tiene razones para ello: muchos catalanes salieron con los brazos en alto de su ciudad, humillados y ofendidos. El recuerdo, transmitido de generación en generación, procura la necesidad de construir la tradición, incluso de inventarla. Procura la búsqueda del espíritu del pueblo, del Volkgeist alemán, del alma catalana. Y procura esa convicción melancólica de la existencia de un mundo anterior idealizado, armónico, pastoril. P. La burguesía que consume ese pensamiento lo hace compatible, sin embargo, con el humo de sus fábricas. Es paradójico. R. Así es. Pero es una paradoja muy extendida. Está en la propia raíz, ya no de la actividad de esa burguesía, sino del pensamiento de muchos intelectuales de la época. P. ¿Mala conciencia? R. Puede ser. Al fin y al cabo, la burguesía destruye el solar de sus padres, pero construye sus colonias fabriles a imagen y semejanza de la casa solariega. P. ¿Y en cuanto a la doble alma de los intelectuales, de los artistas? R. Es visible en muchos de ellos. En Maragall, en Gaudí, en Rusiñol. Fíjese en Gaudí: su técnica es modernísima, pero su psicología es remota. Rusiñol, otro ejemplo: no es el mismo Rusiñol el que describe la vida apacible de las aldeas a partir de su viaje en bicicleta y el que pretende estremecer a la vanguardia europea desde el Cau Ferrat y las fiestas modernistas. P. ¿Hay algo comparable en el extranjero? R. Sí. En Glasgow, por ejemplo, otra ciudad vulnerada. Ahí está la actividad del arquitecto Mackintosh, actividad artística y actividad intelectual tan parecida a la que ejerce aquí Domènech i Montaner. P. Ha dicho usted que el pensamiento romántico alemán entra en España a través de Böhl de Faber. ¿Cómo llega a Cataluña? R. Nicolás Böhl de Faber, que era un enorme reaccionario, parafraseó el pensamiento de los hermanos Schegel, que habían escrito, por ejemplo, sobre la necesidad de que España recuperara su vieja alma calderoniana, es decir, su alma. Publicó unos artículos en El Diario Gaditano que fueron muy contestados por intelectuales liberales. Esos artículos pasaron a Cataluña, a través de El Vapor, primero, y luego de El Artista. Así se introduce el pensamiento romántico en Cataluña, que llega hasta nuestros días. P. ¿Vigente? R. Sí, sí. Cuando Pujol abre la boca, está hablando Herder. Él no lo sabrá o no lo querrá reconocer, pero es así. P. ¿Hay diferencias sustanciales en el uso que España y Cataluña hacen del pensamiento germánico? R. Hay una diferencia muy importante: Cataluña tiene que reivindicar su lengua. Y con su lengua, su tradición. No es el caso de España, cuya construcción real y simbólica no corre ya peligro después de la guerra de la Independencia. La búsqueda del espíritu perdido ha de ser forzosamente más intensa en una Cataluña vulnerada.
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