La Bola, el mito, la mentira y don Agustin Verdasco
A un mito, de todos los mitos que han tejido la historia decente y la infame, si no se le reboza en algo de mentira, no es mito; un mito es verdad, verdad a medias; es mentira capaz de cargarse un imperio de los de antes de las guerras de dos más dos igual a cuatro de estos tiempos de buenas costumbres e intenciones criminales. Al mito, lo que le corresponde al mito. Por eso, el domingo último yo fui de mito. Desde niño, casi, esto es, desde que estudiaba el bachillerato, no se sabe quién me metió en la cabeza que el restaurantetaberna La Bola, plantado en la mismísima calle de la Bola, en uno de los centros geográficos más enteros, castizorros y soñadores de Madrid, "era malo".
Y heme aquí haciendo literatura de La Bola, con sus paredes coloradas por fuera, apareciéndose a mí como un misterio de imaginaciones a través de las rendijas de las ventanas, pero sin nunca traspasarlo, por falta de medios, porque había estudiado en una facultad de no se sabe qué universidad, según la cual: "La Bola es malo".
¿Ha sido esto el sufrimiento más puñetero de mi vida, al menos en el inconsciente de mis entresijos más íntimos? En todo caso, décadas y décadas sin comer el cocido más suculento de Madrid, sin gozar de la decoración de los Cristos que merecen el nombre; sin conocer a don Agustín Verdasco, el "rey del mambo"; sin agradecer un servicio que ejerce desde hace 162 años; sin emborracharme de los ruidos del comedor principal. No importa, las salas contiguas serenan el cocido y la inteligencia. Pero que viva el cocido de La Bola. Y que La Bola siga siendo, aunque ya resulte pesado, posada gastronómica de gente, como lo fue en tiempos no tan lejanos, del escritor don José Bergamín.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.