Los olvidados
No puedo dejar de sentir enorme pena por cada persona que muere sin razón aunque se deba a los peligros que implican una profesión libremente escogida. Por ello, lloro la muerte de un militar en Bosnia, o un policía asesinado en acto de servicio, un poco más en esta caso, no por ser policía la víctima sino por lo execrable que resulta siempre un asesinato. Mi pena aumenta más, quizá por razones subjetivas de proximidad, cuando muere un trabajador que espera todos los días la muerte, como un invitado no sólo posible sino bastante probable, dedicado a empleos de alto riesgo, como la minería.Siempre es lamentable una muerte, y los colectivos a los que pertenece cada persona que pierde la vida en su trabajo celebran ceremonias que abarcan desde el paso por la nocturna capilla ardiente con petición de apoyo ciudadano (otorgado por el dolor que todos sentimos ante una muerte injusta) a la manifestación multitudinaria, pasando por la huelga.
Sin embargo, yo me siento desasistido, abandonado e incluso olvidado, porque, si ustedes repasan las noticias en los diarios, se darán cuenta de la cantidad de obreros de la construcción que mueren al año, y, sin embargo, la Administración no impone medidas de seguridad que sean auténticamente fiables; la gente no se manifiesta en nuestro favor porque no somos asesinados, aunque se nos deja morir por desidia; los sindicatos no organizan huelgas, a lo mejor porque no tenemos suficiente fuerza de presión, como otros; y los periódicos no elaboran grandilocuentes campañas informativas, quizá no vendemos lo suficiente, da lo mismo, la construcción sigue siendo la profesión (incluyendo las de más alto riesgo) que más muertes produce al año, pero a pesar de ello, aunque nadie se acuerde de nosostros, no se preocupen, seguiremos muriendo en el "cumplimiento de nuestro deber".- Jesús García.
