Reclamaciones al Teatro Real
Tengo poca fe en las reclamaciones, ya sean judiciales o de otra índole, porque pocas veces se suele obtener satisfacción. Por eso, cuando, después de gastar una importante suma de dinero en llamadas telefónicas de pago y mucho tiempo en tratar de conseguir unos abonos para el remozado Teatro Real, conseguí entrar en el cupo de los privilegiados y pude comprobar que desde mis asientos únicamente podía verse una mínima parte del escenario, no pedí el libro de reclamaciones, a pesar de que desde mis localidades sólo llegaba a ver una esquina del escenario.Pero recientemente, al leer en su periódico la carta al director que ha escrito otro aficionado lírico defraudado, me parece un deber de solidaridad insistir en el asunto y añadir algunas observaciones personales. En primer lugar, ¿cómo es posible que uno o varios arquitectos hayan cometido el garrafal error profesional de hacer los planos para reconstruir un teatro para ópera, ballet y conciertos con muchas localidades ciegas o tuertas? Si resultaba imposible cumplir el requisito imprescindible de que la visibilidad fuera perfecta desde todas las localidades, deberían haberlo advertido. ¿Cómo es posible que la Administración responsable -tal vez sería mejor decir irresponsable-no haya previsto, comprobado y, en su caso, corregido tamaño dislate? ¿Cómo se han puesto a la venta esas localidades al mismo precio que las demás sin, por lo menos, una advertencia de que son un engaño y, en todo caso, a un precio acorde con su defecto?
Todas estas preguntas, y otras muchas más que por falta de espacio no hago, se me vienen a la mente cuando asisto a los conciertos de la Orquesta Nacional desde mis abonos. El nuevo edificio es un modelo de funcionalidad, tal vez no muy conseguido estéticamente, sobre todo desde el exterior, pero desde cualquier localidad se domina todo el espacio destinado a la orquesta, a pesar de que allí lo importante es oír, no ver
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