Turquía: laicismo o democracia
Desde la fundación de la república, Turquía ha afirmado con determinación su vocación occidental y ha buscado desembarazarse de su pasado otomano, su identidad musulmana y su inserción en el orden regional medio-oriental. En consecuencia, la república y el laicismo van a constituir la razón de ser de la élite militar y burocrática turca, y Occidente y Europa van a ser su clara opción estratégica.En principio, ambas formulaciones deberían cohabitar bien; sin embargo, la experiencia reciente con el partido islamista Refah y las dificultades para integrarse plenamente en la comunidad europea muestran que la realidad es mucho más compleja y, sobre todo, contradictoria, tanto por parte de los responsables políticos turcos como de la propia Europa.
Fruto de su experiencia histórica, en Turquía república y laicismo tienen un significado que es distinto al gestado en Europa, donde estos conceptos fueron resultado de un contexto diferente. La república para el nacionalismo kemalista no se identifica con el concepto de la res-publíca / poder del pueblo, sino con la abolición del orden islámico; y el laicismo se entendió como un requisito necesario de cumplir para entrar en un orden occidental que el padre fundador, Kemal Ataturk, consideró "la civilización", en la cual quería integrarse, no sólo para salvar a Turquía de caer en la órbita colonial, sino también por su atracción hacia unos valores europeos modernos que significaban la supremacía en ese momento.
Por consiguiente, lejos de ser el resultado de un proceso de modernización y secularización de la sociedad, el laicismo fue impuesto autoritariamente como sustituto de una identidad musulmana que era vista como decadente y retrasada frente a la superioridad europea. Asimismo, el laicismo turco no nació vinculado al progreso democrático, sino más bien en estrecha relación con un comportamiento autocrático del Estado con respecto a las libertades públicas e individuales dado que, ajeno a la sociedad que debía asumirlo, el laicismo no sólo fue decretado, sino adoptado como símbolo de represión de toda identificación islámica: se prohibió la forma de vestir oriental, se sustituyó el alfabeto árabe por el latino, se impuso el calendario solar y gregoriano frente al lunar musulmán, se prohibió la peregrinación a La Meca, se suprimió todo el derecho islámico a favor del europeo, se prohibió el uso de cualquier lengua extranjera que no fuese europea y la propia lengua turca pasó por un proceso de "limpieza" de préstamos árabes y persas. Las nuevas élites republicanas así educadas serán consideradas "progresistas" y su modo de vida "no-musulmán" se corresponderá con el grupo políticamente dominante; frente a' aquellas que, no pudiendo o queriendo adaptarse a las nuevas condiciones, fueron calificadas de "reaccionarias", perdiendo su prestigio y autoridad sociales. Sin embargo, esa alteridad islámica nunca ha dejado de tener importancia en Turquía, y no sólo porque el inmenso mundo rural quedó bastante al margen del nuevo proceso, sino también porque pervivieron estructuras islámicas organizadas en torno a cofradías, como los Naksibendis, o movimientos islámicos, como el Süleymancilik o el Nurculuk, cuya influencia social los partidos políticos turcos siempre han buscado, o los militares apoyaron en su lucha contra el comunismo, a cambio de lo cual se les ha permitido actuar social y económicamente.
En consecuencia, una de las más importantes disfunciones sociales que van a caracterizar a la Turquía moderna, más allá de la clásica diferenciación socio-económica entre clases, va a ser la existente en torno a la construcción de estatutos socio-culturales, no sólo distintos, sino rivales entre sí, dividiendo a la sociedad según su pertenencia a uno u otro estilo de vida. La gran importancia de esta realidad es que tras ella se esconden complejas relaciones de subjetividad, estratificación y poder, donde planea la difícil convivencia entre lo que podríamos denominar "grupos sociales centrales" y "periféricos".
La emergencia de las "contra-élites" islamistas desde los años cincuenta, su gran implantación sociopolítica desde los ochenta y su llegada al Gobierno gracias a las urnas en 1996 no ha sido por una ascendente ola de fervor religioso, sino por un voto político contra los partidos tradicionales representantes de las élites nacionalistas dominantes. Prueba de ello es que, conforme el partido Refah se fue haciendo más "islamista", fue perdiendo apoyos de las cofradías ¡slámicas tradicionales.
Asimismo, el conflicto entre laicismo y democracia en Turquía se ha acentuado en los últimos tiempos fruto del ascenso de las "élites periféricas" representadas por el partido Refah: en defensa de una modernidad laico-occidental los militares turcos han vuelto a intervenir el espacio político, se ha obligado a un primer ministro a dimitir, se ha prohibido un partido político que representa al 21,38% de los electores del país, que respetaba las reglas del juego democrático, que se mantuvo al margen de la corrupción, que no cuestionaba el Estado-nación y que asumió la tradicional política exterior pro-occidental del país, incluyendo el acuerdo militar con Israel, lo que, entre otras cuestiones, refuerza el apoyo de Estados Unidos a Turquía.
Por el contrario, estas medidas autoritarias, como las más recientes de prohibir la barba o el velo islamista, crispan la escena política, dejan a los líderes islamistas sin argumentos para contener la radicalización de unas bases que no entienden cuáles son los beneficios de la democracia tal y como se les aplica a ellos, y bloquean las relaciones fructíferas, que existen y pueden existir, entre la corriente secularizada y la islamista.
Por su parte, Europa también envía mensajes contradictorios que desconciertan y no contribuyen a estabilizar. El fetichismo europeo por el laicismo, empecinándose en querer pensar que toda asunción de dicho valor en cualquier geografía tiene que producir necesariamente las mismas consecuencias positivas y democráticas como si no existiese otra experiencia histórica que la nuestra, no conduce sino a admitir los comportamientos autoritarios y a transmitir que el laicismo es un requisito sustancial para igualarse con nosotros. Este mensaje, representado en cierta medida por la desafortunada declaración de los partidos democristianos reunidos en Bruselas en abril del año pasado, considerando que Turquía no podría entrar en la UE por razones de religión y civilización, confunden y tienen influencia ideológica sobre esas dudosas "reafirmaciones laicas" como la que condujo a la expulsión de Erbakan del Gobierno dos meses más tarde.
Pero es aún más contradictorio cuando Europa, tras cerrar a Turquía las puertas de la adhesión europea, a pesar de su laicismo, no duda en escudarse en las imperfecciones democráticas del régimen turco, entre otras ilegalizar al partido Refah, para argumentar algunas de las razones que hoy día no permiten la plena integración turca en la Unión Europea. Así pues, los responsables europeos deberán definir sus prioridades con respecto a Turquía: o laicismo o democracia, porque hoy por hoy no caminan en la misma dirección.
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