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Reportaje:

Tecno, incienso y baile

Los mejores pinchascos europeos convierten el Círculo en templo de la vanguardia musical

La calle de Alcalá, en su cruce con la del Marqués de Casa Riera se convirtió durante la madrugada del domingo en la esquina más cosmopolita de Madrid. Una enorme cola de personas ataviadas con las vestimentas más audaces luchaban por conseguir entrar en la tercera Urban Party que se celebraba en los salones del Círculo de Bellas Artes. El asunto no era fácil: un equipo perfectamente adoctrinado de gorilas imponía una selección rigurosa para que los integrantes de esa cola pudieran adentrarse en la mágica fiesta, la que traía a los pinchadiscos más afamados de Europa, que iban a imponer hasta bien entrado el domingo los ritmos musicales más vanguardistas desde las cabinas colocadas por todo el recinto.

Poco importaba que se pudieran pagar las 2.500 pesetas de la entrada, lo esencial era llevar la imagen adecuada para no desentonar con el ambiente chic que se pretendía dentro. Así, los pelos de colores, disparados en punta o recogidos en mechones, podían más que los cortes convencionales; las estrechas minifaldas, los pantalones diez tallas más anchos o tremendamente ceñidos, las plataformas contundentes o las perforaciones hasta en las cejas vencían sobre los que simplemente llevaban un vaquero, unos vulgares zapatos o una camisa de cualquier gran almacén.

Con el riguroso casting impuesto en el acceso, dentro todo podía funcionar de color de rosa. El Círculo apareció transformado así para acoger a los personajes más snobs de Madrid, que se rendían de nuebo al ciclo de fiestas que por tercera vez organizaba el colectivo de disc-jockeys Static Sound System. El salón de columnas del último piso escondió sus lámparas bajo un enorme paracaídas, sobre el que se proyectaban diapositivas psicodélicas; la fuente de su vestíbulo se tapó con mantas militares para que la muchedumbre pudiera tirarse alrededor a flipar y relajarse; el salón baile del segundo piso aparecía con enormes globos, sobre los que rebotaban los haces de luz; unos grandes ojos presidían uno de sus laterales, y unos hilos de plástico fosforescente contribuían a crear un ambiente mágico y lisérico.

Abundaban las barritas de incienso, en esa atmósfera sobre la que sonaban los disparos rítmicos del holandés Eric-E y su house progresivo o del británico Eddie Richard. Música conceptual, sobre la que se bailaba frenéticamente sin exhibicionismos. Lucía Etxebarría, reciente ganadora del Nadal, buscaba en la fiesta unas horas de relax junto al también escritor David Pallol, que se sorprendió al ver la tribu de indios sioux o de Alí Babú que, pintados de púrpura, se subieron a las barras del bar para su performance. "Está muy bien, pero parece una animación de discoteca de costa", sentenció el escritor.

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