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Tribuna
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Penas

Nada que objetar al hecho de que a la condenada Karla Faye Tucker no le aplicaran las autoridades de Tejasla eximente de discriminación positiva -por el hechó de ser mujer, a la hora de expresar hipotética clemencia por ella, ante su ejecución. Dos décadas después de la reinstauración de la pena de muerte en Estados Unidos, Tucker, como la gran mayoría de los asesinados legalmente a lo largo de este periodo, podía vanagloriarse de haber sido honrada con la primera y principal de las discriminaciones: la que hace que se ejecute fundamentalmente a los chicanos, negros y blancos marginales, y no, un suponer, a O. J. Simpson o a un Claus von Bulow. No a quienes disponen de suficientes millones en dólares para procurarse abogados que manejen conhabilidad las grietas del sistema, como ocurrió en el caso Von Bulow, de quien nunca se pudo probar que atentara dos veces contra la vida de su mujer, y cuyo letrado, judío, confesó que se veía capaz de defender hasta a Hitler.Desde que la máxima pena se reinstauró en el 76, la siniestra costumbre de la ejecución se ha extendido aceleradamente, y en ciertos lugares se celebra con mayor entusiasmo que antes de que fuera retirada: en Ohio, Colorado, Tennessee, Nueva Jersey y Connecticut se ejecuta hoy como no se hizo hace 30 años, sin que, por ello, haya disminuido el crimen. Pero no se trata de prevenir el delito, sino de limpiar. En una sociedad calvinista, en donde la pobreza se considera castigo del Altísimo, la pena de muerte constituye un sistema lento pero seguro para deshacerse de los desechables. Bush, hijo, gobernador de Tejas, sabe que su papá fue mucho más eficaz eliminando panameños e iraquíes de una tacada. Pero quién sabe adónde puede llegar el cachorro, íntimo amigo y cómplice del difunto Mas Canosa, si se empeña en seguir entrenando.

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