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Reportaje:

"¿Qué tal te va, dónde juegas?"

No se habían visto apenas desde entonces. Y con Raúl, menos. Pero las andanzas de éste eran las únicas por las que no hacía falta preguntar. A más de uno sí le habría gustado interrogar a Raúl sobre la veracidad de los ligues que le colocan las revistas del corazón, tema de conversación durante los minutos de espera, que fueron muchos, pero a la hora de la verdad nadie se atrevió. Siete inviernos antes, cuando entre ellos no había secretos, la cuestión habría salido. sola. Pero no ahora con la confianza perdida. No miraban a Raúl, el ex compañero. Miraban a Raúl, el ídolo, el futbolista famoso. Estaban todos, o algunos, de nuevo allí, en Cotorruelo, el campo donde coincidieron en los infantiles del Atlético. Pero nada era lo mismo. El reencuentro, siete años más tarde, arrancó frío.Raúl, forzado por su apretada agenda, llegó el último a la cita. Su saludo tuvo demasiado de protocolo. Sus ex compañeros improvisaron una especie de semicírculo y él fue estrechándoles la mano uno a uno. El sí necesitó ponerse al día sobre la vida de los demás: "¿Qué tal te va, dónde juegas?". Fraile fue el que antes superó el corte: "Te fui a ver un día al entrenamiento, pero ni me viste, ni me dejaron pasar". "Qué raro", se sorprendió Raúl, "si no es tan difícil". "Ya", se justificó Fraile, "pero es que era la víspera del Madrid-Barça". "Llevo cuatro años en el Madrid y sólo a tí se te ocurre ir a la Ciudad Deportiva justo cuando viene el Barça". En ese instante, Raúl reconoció congratulado al Fraile de siempre. En Oliver, en cambio, descubríó una timidez que antes no existía. "Yo te llamé al teléfono de Marca", dijo Oli en voz muy baja, "pero acuérdate que nos cortaron enseguida".

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De camino al campo de arena, Raúl recordó lo fácil que era picar a Alejandro. "Mira que tienes mérito, encajar sólo un gol". Alex agarró el anzuelo: "¡Eh, que yo no jugué ese partido, que estaba enfermo. A, mí no me metieron ningún gol". Empezó el recuento general: 308 goles. "No, 309", replicó Pozuelo, "y el de Gonzalo, ¿qué?". Aquel gol, que todos recordaron entre risas, nunca subió al marcador. Gonzalo obedeció la consigna de De Paula -"en cuanto se marque un gol, cogéis el balón y corriendo al saque de centro; hay que llegar a 300"-, se metió con la pelota en la portería y la mandó acto seguido al círculo central. Lo hizo tan rápido, que el árbitro no se percató del tanto y dejó seguir la jugada.

Los vestuarios seguían como hace siete años. Y las condenadas duchas, tan frecuentemente desprovistas de agua caliente, también. Y el cuarto de Ángel, aquel ATS cuya solución para todos los males era siempre la misma: "Pisa fuerte, que no ha sido nada". Hubo muchos silencios, huecos en los que nadie encontraba algo que decir, pero finalmente todos se sintieron felices de verse. Se intercambiaron teléfonos y tarjetas y se emplazaron para una cena. Pero KoIdo acogió la propuesta con escepticismo: "No nos hemos visto en siete años, como para confiar ahora en una cena".

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