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Tribuna
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Teatros

Viene bien la cartelera de Madrid. Tirso, Molière, Lorca por partida doble... Quitando el Teatro Real, donde no se puede ir como no sea por enchufe -por cierto, no estoy seguro de que sea el sitio más adecuado para oír cantar eso de "Las vacas del pueblo ya se han escapau, riau, riau"-, la verdad es que, en materia de teatro, hay mucho que elegir en Madrid. Un queja tengo este año, que creo que ya presenté el año anterior: no haber podido ver el Tenorio cuando hay que ver el Tenorio. Dijo Fernández Flórez que cuando dejara de representarse el Don Juan por Todos los Santos, España dejaría de ser España, aunque quizá pudiera ser algo mejor.Dos funciones he visto estos días que me han parecido extraordinarias: el Fausto de Goethe, que no es el Fausto I que suele representarse, sino el Urfaust o Fausto primigenio que Goethe escribió de muy joven y que una dama copió aplicadamente. Lo ponen en el teatro de la Abadía, exquisitamente dirigido por Gotz Loeppelmann, en la preciosa traducción de Miguel Sáenz. Con su cúpula y el aire conventual de su nombre, es un lugar perfecto para la representación.

La segunda función ha sido para mí una sorpresa. Me costó algún trabajo encontrar el teatro de Cámara, donde la ponen; está en la calle de San Cosme y San Damián, detrás del palacio de Fernán Núñez. El director, Ángel Gutiérrez, es un español que llegó de Rusia con la sabiduría de sus escuelas teatrales. Enseña teatro desde hace años y, los fines de semana, instala su escenario en una sala pequeña que parece un estudio. Éramos pocos para ver El maestro de danzar de Lope de Vega, una delicia de agilidad teatral; y un regalo para el oído los versos del Fénix. La interpretación, expresamente sobreactuada para que se vea que es teatro (tragedias y comedias de verdad ya tenemos en la vida). Los actores, buenísimos.

No me perderé ni los Entremeses de Cervantes, que José Luis Gómez anuncia en La Abadía, ni El tío Vania, de Chéjov, que Ángel Gutiérrez programa en el teatro de Cámara.

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