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Todos a ver el garrote vil

Una exposición reúne la historia de la plaza Mayor, que acogió desde torneos para nobles hasta ajusticiamientos

Antonio Jiménez Barca

En 1581 se contaba entre los habitantes de Madrid un cronista indignado ante la falta de infraestructuras. Como el que pide la M-50, Mateo Vázquez reclamó "para ir ennobleciendo este pueblo" una nueva plaza. Entonces, los madrileños se servían de la del Arrabal, que no bastaba para una población capitalina orgullosa de albergar al rey más poderoso del planeta. Hasta 1620 no se hizo caso a Vázquez. Entonces se inauguró, tras dos años de obras (dos menos que la actual reforma de la plaza de Oriente), la nueva plaza Mayor. Desde aquella fecha, en este lugar se ha hecho de todo: torcer el cuello a herejes, disfrutar de corridas de toros o cabalgar a caballo. Esto en ocasiones especiales. Los días laborables desempeñó, con buen nivel, el rango de principal mercado de comestibles hasta bien entrado el XIX. Después, hasta los sesenta, acogió lo que hoy se llamaría "un intercambiador de transportes". Ahora recibe a los Reyes Magos y a los turistas.La historia de la plaza se pueden recorrer desde ayer y hasta Finales del año que viene en la Casa de la Panadería, en una exposición organizada por la tercera tenencia de alcaldía y la Calcografía Nacional. Los visitantes que acudan a contemplarla encontrarán episodios como éstos:

Ajusticiamientos. Durante los siglos XVI y XVII, la plaza Mayor sirvió para las celebraciones pro pias del boato barroco de la corte de los Austrias, monarcas amigos de montar este tipo de cosas a lo grande. Un ejemplo: los autos de fe, o juicios de la Inquisición a personas acusadas de herejía. En el centro se colocaba el infeliz; a un lado, la curia; a otro, los nobles. En el centro, el rey. Y alrededor, los ciudadanos amantes del asunto, que, a juzgar por las pinturas de época, se contaban por centenares. Los herejes del montón acababan azotados, condenados a galeras o al destierro. Los de primera iban a una hoguera, denominada en aquella época "brasero", que se colocaba cerca de la Puerta de Alcalá. A los condenados a muerte se les distinguía porque llevaban las manos pintadas de verde. Además de los autos de fe, la plaza Mayor también convocó ejecuciones públicas hasta 1815. La forma empleada variaba: horca, de gollamiento o garrote vil, variante más utilizada.

Torneos de nobles. La plaza, centro neurálgico de la ciudad hasta que se abrió la Puerta del Sol, ofrecía otro tipo de entretenimiento más civilizado. Uno de los más celebrados consistía en admirar a grupos de jinetes armados con palos que se perseguían de un lado a otro del recinto. El juego tenía su mucho de deportivo, su punto de excitación, su algo de peligroso y su bastante de clasista: el pueblo observaba todo desde la grada, ya que tenía prohibido participar. Las corridas de toros eran otra de las atracciones más populares. Bastaba que una princesa se comprometiera, o que el rey cumpliera años, para que la plaza se cerrara, se colocaran empalizadas y se organizara la fiesta. El pueblo aún lo tenía peor aquí que en los torneos de caballeros. Por ley, los vecinos que vivían en la plaza debía ceder su casa, gratis, a los nobles, a fin de que éstos contemplaran a gusto el espectáculo.

El incendio más devastador. En 1790, la plaza Mayor se vino abajo. Un ala entera se desplomó tras un incendio sin parecido en historia de la ciudad. Otro cronista de la época, Blas Román, con buen ritmo narrativo, describió la escena: "El padre que coría con sus hijos; el anciano que no podía andar; [ ... ] los espejos, colchones y papeleras, por las calles; todos los portales, llenos de astos y ropas hechas pedazos...". El incendio duró tres días. En los grabados de, la época ve gente arrojando muebles or la ventana con la esperanza e salvarlos de la catástrofe. El ejército, e incluso los frailes, ayudaron a que no todo se desmoronara. Cuando todo acabó, un tercio de la plaza se había venido abajo. Seis personas murieron, 19 resultaron heridas y 1.300 se habían quedado de repente sin asa. El arquitecto Juan de Villanueva se puso manos a la obra. Aunque el nuevo diseño, más o menos el que se ve ahora, no se terminó hasta 1854, 33 años después de su muerte.

El caballo saltarín. La estatua ecuestre de Felipe IV parece que ha estado ahí toda la vida. Pues no. En 1616 se instaló en la Casa de Campo. En 1847, a petición de Mesonero Romanos, se colocó, por primera vez, en el centro de la plaza. Pero llegó la Primera República (1873), y los gobernantes ordenaron retirarla y guardarla en ciertos almacenes municipales. Hicieron bien en conservarla, porque un año más tarde, con la vuelta de la Monarquía, la estatua pudo regresar. En 1931, con la Segunda República, el pueblo la derriba de nuevo. Y durante la dictadura se instala otra vez. La última mudanza ya no la dictó la política. Ocurrió en 1967. Se desmontó provisionalmente para construir un aparcamiento subterráneo.

La plaza Mayor, vida e historia. Casa de la Panadería (plaza Mayor, metro Sol). De lunes a viernes, de 10.00 a 14.00 y de 17.00 a 20.00. Sábados y domingos, de 10.00 a 15.00.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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