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Ni contigo ni sin ti

Vázquez medita su futuro en el Compostela tras dos años de embestidas de Caneda

Xosé Hermida

"Sólo hablamos de merluza y de mujeres". José María Caneda despachó malhumorado a los periodistas que aguardaban, la noche del pasado jueves, el final de una larga reunión entre el presidente del Compostela y su entrenador, Fernando Vázquez. El enojo de Caneda, parecía el enésimo augurio de que la suerte del técnico estaba echada. Pero como viene sucediendo sin interrupción desde hace más de dos años, el directivo gallego se transformó de lobo en cordero pasadas unas pocas horas. "Vázquez es un buen entrenador y continuará hasta que él quiera", anunció Caneda tras haber puesto a pan pedir algunas decisiones tácticas del inquilino de su banquillo. Y es que el presidente del Compostela se ha enredado en una especie de dilema amoroso: ni con Vázquez ni sin Vázquez tienen sus males remedio.Aunque Caneda se esforzó el pasado viernes por desactivar la bomba que él mismo había prendido a principios de semana con una nueva arremetida dialéctica contra su preparador, el presidente ha tensado tanto la situación que el estallido puede llegar en cualquier momento. Vázquez medita su futuro porque dice estar harto de soportar los vituperios del directivo, que en una ocasión llegó a entrometerse en el vestuario, que critica públicamente las alineaciones y que es capaz de defender a algún futbolista enfrentado a la autoridad del técnico. A cada acometida le sigue la consiguiente escandalera y una intervención final de Caneda, quien, como por ensalmo, acaba erigiéndose en el elemento conciliador. Y de ese modo transcurre la vida del presidente, oscilando entre su inclinación a la piromanía y su amor al oficio de bombero.

"Yo soy autoritario, incluso dictador", confiesa Caneda con retintín, "en el club mando yo y no quiero que nadie, ni siquiera el entrenador, critique lo que yo digo. Ahora bien, yo nunca me meto en cuestiones tácticas. Puedo tener rifirrifis (sic) con Vázquez, pero la gente ya sabe que yo soy así. A mí no me gusta echar a los entrenadores. Con El Nécora tuve enfrentamientos desde el primer año y lo aguanté como un caballero siete temporadas. El Nécora es Fernando Santos, actual entrenador del Sporting Braga, a quien Caneda puso ese apelativo -"cariñoso", según él- porque el equipo empezaba muy bien, pero siempre iba hacia atrás, como la trayectoria del suculento crustáceo.

Por muchas buenas palabras que derroche Caneda, la paciencia de Vázquez se está colmando. El técnico declaró el pasado miércoles con cierta amargura: "A veces veo muy cerca mi final". Al día siguiente se reunió con Caneda y el viernes no acudió al entrenamiento por una indisposición repentina. "Voy a estar el domingo [por hoy] en Valencia, ya que, de momento, soy el entrenador del Compostela, pero el lunes quiero hablar con el presidente", advierte Vázquez.

"Esto no puede continuar más porque estamos en una guerra sin sentido. No me parece normal que soliviante el ambiente una vez sí y otra también criticando mi trabajo".

Tras sus dos últimas temporadas en el Compostela, Vázquez goza de buen cartel en el fútbol español y ha comenzado a plantearse si le compensa personalmente verse a diario inmerso en una bronca sin fin con su jefe. En más de una ocasión, el técnico ya ha sugerido a Caneda que estaría dispuesto a avenirse a un acuerdo para rescindir su contrato, vigente hasta junio de 1999. Pero, cada vez que el asunto ha llegado a esos términos, Caneda cae arrebatado de amor por Vázquez y se niega a consumar el divorcio.

El técnico vive en la perplejidad constante: sabe que difícilmente le destituirán, aunque a cambio tiene que pagar el precio de aguantar las destempladas intervenciones públicas del presidente. Y, además, sin que la. marcha del equipo ofrezca motivos de queja. El Compostela, con el presupuesto más bajo de Primera y una media de espectadores por partido que a duras penas supera los 5.000, marcha 15º, con 14 puntos, los mismos que el Deportivo, su multimillonario vecino.

El enamoramiento de Caneda por Vázquez fue un hechizo del verano de 1995. Para sorpresa general, el presidente prescindió de Santos, que había llevado el equipo a Primera y logró mantenerlo entre los grandes, y apostó por un técnico prestigioso en el mundillo local, pero que había jugado al fútbol en categorías regionales y nunca había pasado de un banquillo de Segunda B. El desconocido entrenador gallego fue la sensación de la temporada. Se reveló como un tipo concienzudo, que mataba el tiempo libre devorando vídeos del Milan de Arrigo Sacchi y que, además de resultados, aportaba un fútbol de muy buen gusto para un conjunto de tan escasas aspiraciones.

El Compostela fue subcampeón de invierno esa temporada, pero en la segunda vuelta sufrió un bache y Caneda se animó por vez primera a soltar la lengua contra el entrenador. La campaña siguiente comenzó con una estrepitosa derrota (6-0) en Tenerife, seguida de una colérica reacción del presidente. Desde ese momento, las filípicas de Caneda se convirtieron en moneda corriente, pese a lo cual el equipo salvó la categoría sin apuros.

Hace algunos meses, el presidente se tomó como una afrenta que Vázquez no le defendiera de las críticas del periodista José Ramón de la Morena durante una emisión de El larguero. Desde entonces, Caneda, feligrés declarado de José María García, acusa al entrenador de toda clase de oscuras connivencias con De la Morena para sembrar la discordia en el Compostela. Tan perseguido se siente, que esta semana anunció que no permitirá a la cadena SER retransmitir partidos desde el San Lázaro.

Vázquez parece víctima de esa maldición china que el único mal que desea a los seres odiados es que tengan una vida fascinante. Al entrenador gallego no le faltan emociones a diario, pero él sueña con aburrirse. "Porque a mí", afirma, "me gusta la rutina. Justo lo que parece imposible en este club".

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Sobre la firma

Xosé Hermida
Es corresponsal parlamentario de EL PAÍS. Anteriormente ejerció como redactor jefe de España y delegado en Brasil y Galicia. Ha pasado también por las secciones de Deportes, Reportajes y El País Semanal. Sus primeros trabajos fueron en el diario El Correo Gallego y en la emisora Radio Galega.

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