Pelícano
Horas después de la aparición de un documento contra la telebasura firmado por los habitualmente firmantes, yo entre ellos, el alto mando de Antena 3 decretó el fin del programa La sonrisa del pelícano. Cualquier presunción de que el decreto sea consecuencia del documento plurifirmado sería una irreparable muestra de estupidez. Los habitualmente firmantes sabemos que firmamos por sentirnos acompañados y además contar las altas y las bajas, como en los entierros: "Mira, no ha firmado fulanito. Es la primera vez que falta", o bien: "¡Fíjate!, la firma de mengano. ¡Es la primera vez!". En algo hay que emplear la ingenua apetencia de comunión de los santos.Empieza a parecerme más escandalosa la prohibición que el programa. De hecho, yo entiendo por telebasura un concepto más amplio que el que implica a programas como el guillotinado. Considero telebasura buena parte de la programación general de cadenas públicas y privadas decididamente empeñadas en la televisión del compadreo o del desperdicio. Incluyo igualmente las omisiones, lo que no se programa y debiera programarse, dentro de cualquier censo elemental de programación pública y según la lógica de una televisión privada imaginativa y no necesariamente convertida en un insulto contra la inteligencia del cliente.
Escandalosa la orden de prohibición porque, al parecer, obedece al dictado de poderes fácticos interesados en que no se emitiera un programa o algunos programas concretos, pero no en proponer una nueva estrategia de contenidos de un programa de divertimento. Escandaloso que se disfrace de rasgo ético lo que ha sido un lance de tercio de quites y que se dé paso a una campana de saneamiento de las costumbres en pos de una ley seca televisiva con cilicio y camisón con ventanilla.
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