Paseo
Un paseo por el centro de Madrid, por la mañana. Observo lo siguiente: en una esquina se me acercan dos chicas pidiendo dinero para poder comer; una no debe tener ni 15 años y la otra es latina. Habría que preguntarse qué es lo que le atrajo a esta última de nuestro país: ¿tal vez un anhelo de mejor vida? Lo dudo. Sigo caminando por una calle de un buen barrio y desfilan ante mi imágenes que denomino crueles: en el suelo, entre cartones y con la única compañía de un perro, hay hombres y mujeres pidiendo una limosna. Unos tienen amputaciones, otros son ciegos y algunos deliran. Mi trayecto continúa en el metro, y en los pasillos se repite la misma imagen: un hombre en el suelo y un guardia de seguridad rondando por allí.En los vagones crees que te puedes olvidar de la miseria, algo muy lejos de la realidad. Esta vez sube un joven de mi edad con un acordeón, una chica viuda con un hijo y en paro. Algunas miradas de los pasajeros son de compasión porque les duele lo que ven, otras son de huida porque se avergüenzan. La cuestión es que, compasivas o huidizas, son tan sólo eso, miradas. La pura realidad es que esa gente pasará la noche (como tantas otras) en la calle o en un refugio pasando hambre.La injusticia radica en que ni siquiera tendrán 32 pesetas para comprar un sello, describir esa hambre tan desgarradora y mandarlo a una editorial como hizo el premio Nobel Knut Hamsun con su novela Hambre. -
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