Ñoña
Cada día estoy más ñoña. Debe de ser cosa del abrasivo roce de la vida, que te va desgastando la piel y dejándotela tan fina como un papel de fumar, de manera que incluso una caricia te hace sangre; pero el caso es que cualquier película necia me hace saltar las lágrimas, cualquier imagen violenta me hace cerrar los ojos, cualquier atardecer hermoso me deja turulata de melancolía. Y pensar que de adolescente era una chica dura... Insultaba a los escritores en cuanto que se ponían sentimentales, era partidaria del Che y del degollamiento revolucionario del enemigo (en teoría, por lo menos), despreciaba a las personas que no eran capaces de cortar con sus parejas en cuanto que se apagaba el fulgor primerizo de la pasión (después, para mí, empezaba la rutina conyugal más cobarde y burguesa) y veía las películas más sádicas sin que se me moviera una pestaña. Ahora, en cambio, me he salido de Reservoir dogs en la escena en que le rebanan la oreja a un desgraciado. Será también, quizá, que a estas alturas una ya ha conocido lo que duelen las orejas al ser cortadas. Será que me ha ido inundando la sospecha de que el mundo es un lugar horrible y de que los malos no sólo no suelen ser castigados, sino que a menudo son los más felices y los que más mandan. Será por eso, por el terror a que, dato a dato, esa sospecha termine convirtiéndose en una certidumbre inhabitable, por lo que. estoy empezando a cogerle tirria a los periódicos: en cuanto que abro el diario y empiezo a ver lo de las matanzas argelinas, o a la manada de expolíticos mafiosos que andan, por nuestro país encanallando la realidad y repartiendo vídeos, o lo poco que valen los melillenses muertos por las aguas comparados con los muertos de la Península, me espeluzno. ¿Adónde se ha ido la belleza del mundo? Creo que a partir de ahora sólo leeré el Hola.
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