El otro problema es la vanidad
El Madrid ha llegado a un punto peligroso en su trayectoria. Es un equipo con problemas, pero están enmascarados. Frente al ruido constante que se escucha alrededor del Barcelona, cuyo juego está en solfa desde el comienzo de la temporada, el Madrid se ha escapado a cualquier crítica. Sin embargo, desde algún tiempo se detectan señales de alarma que apenas han sido atendidas. Es más, hay una corriente general que tiende a sobrevalorar el juego del Madrid y a ningunear todos los problemas que terminaron por concretarse en la derrota frente al Barça.El Madrid mereció la victoria por ocasiones, por empuje, por una cierta grandeza que nunca tuvo el Barcelona. Pero debajo del perifollo del partido, del vértigo que vivió el equipo, de su incomodidad en un duelo dictado por los goles del Barça, el Madrid incidió en varios defectos que se venían observando en las últimas semanas. El asunto es que frente al Barça -incluido esta versión decepcionante que pasó por Chamartín - los errores casi siempre se pagan. La naturaleza de los problemas es variada: desde el conflicto de vanidades que se dirime en el seno del equipo, hasta la transición del modelo cuartelero de Capello al proyecto más libre que predica Heynckes,
Por supuesto, existen fuertes indicios de desajuste en el sistema de juego. El Madrid sufre una falta de equilibrio. Con el ventajismo que caracteriza a los futbolistas, siempre dispuestos a vacunarse contra cualquier responsabilidad, los jugadores del Madrid hablan de los beneficios de la reinstauración de los dos pivotes como de la pócima de Panorámix. Los comentarios se escucharon en el arranque de temporada, quedaron aparcados mientras el equipo ganaba y no recibía goles, y volvieron inmediatamente después de la derrota ante el Barça.
En contra de esta lectura, es probable que el asunto no tenga demasiado que ver con la alineación de uno o dos pivotes en el medio campo, sino con la mala utilización de un modelo que tiene un cierto punto autogestionario, que deja a los jugadores un margen más amplio para la creación y para la responsabilidad compartida, no impuesta. El postecapellismo ha provocado una descompresión natural en el equipo, que ahora dispone de un código más libre de juego, se diría que de vida. En el plano futbolístico, el Madrid equivoca algunas respuestas fundamentales al famoso sistema del rombo. Se hace evidente que el equipo es larguísimo y cada vez lo es más. Redondo, el medio centro, se queda aislado y tiene que apagar demasiados fuegos porque el equipo se rompe irremediablemente en el centro del campo. ¿Por qué? Porque la defensa se retrasa demasiado y la delantera se adelanta demasiado. Y como Amavisca tiene alma de delantero y Seedorf cada vez desatiende más los deberes defensivos, el Madrid ofrece un precioso espacio de maniobra a sus rivales.
Cada partido acentúa un poco más esta situación, que sólo puede arreglarse desde el equilibrio. Es decir, si los interiores actúan como verdaderos centrocampistas y si el equipo aprieta la distancia entre sus líneas. Pero ésta sólo es una lectura táctica que requiere de la colaboración de jugadores responsables, inteligentes y solidarios. Y algunos signos son muy preocupantes.
El Real Madrid concentra en estos momentos la mayor densidad de egos por metro cuadrado en el fútbol español. La impresión es que la mayoría de los jugadores quieren robarse las portadas de los periódicos. Por ahí se multiplican los defectos del equipo: a una dificultad estrictamente futbolística se une el grave daño que provoca el exceso de vanidad. 0 sea, dos problemas. Y muy serios, aunque enmascarados hasta ahora.
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