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Política, religión y arte

Forum 2000, una iniciativa patrocinada y dirigida por Vaclav Havel, el presidente de la República Checa, y Elie Wiesel, premio Nobel de la Paz, reunió en el histórico castillo presidencial de Praga, el pasado mes de septiembre, durante cuatro días intensos, a un centenar de personalidades de todo el mundo tanto político como religioso, científico y artístico: ex jefes de Estado, primeros ministros, príncipes herederos, premios Nobel de ciencia, medicina, literatura y de la paz, cardenales, obispos, rabinos y muftís, a la par que activistas y pensadores. Me abstengo de dar nombres -que ya EL PAÍS y otros periódicos españoles han reportado en días anteriores.Esta nota quiere ser solamente un comentario general sobre lo que me parece que fue lo más saliente de la magna reunión: el sentimiento de la necesidad imperiosa de superar la esquizofrenia de la cultura dominante, que con su superespecialización nos ha llevado a vivir en mundos separados, unidos solamente por las necesidades económicas.

Lo que se manifestó claramente tanto en las presentaciones como en las discusiones se podría resumir en tres puntos:

1. La situación del mundo moderno requiere más que reformas, tanto en la economía como en la política o la religión.

El cambio de civilización es imperativo y éste no puede ni siquiera vislumbrarse si no existe una colaboración entre los distintos factores que la han forjado y aquellos otros que se marginaron del mundo moderno porque se consideraban ineficaces o primitivos -que Occidente o ha considerado inferiores o, al máximo, ha tolerado como folklore-. Me refiero a las otras culturas de la humanidad. Pero esta colaboración no puede reducirse a diálogos entre instituciones; debe realizarse en el seno mismo de las distintas actividades humanas, y forjarse en el mismo interior de la persona; como cabalmente voces orientales subrayaron en la reunión.

2. La religión, y no sólo la ética, debe reintegrarse en la política. Esta última no puede sostenerse por sí sola. Pero esto no justifica ningún paternalismo religioso como si la espiritualidad fuese extrínseca a la política, y la religión una especialidad de los llamados religiosos. Lo religioso no puede ser otra simple especialidad y no puede esquivar su responsabilidad política.

La política no puede limitarse al esfuerzo de conseguir el poder y luego dedicarse a gestionarlo. La religión no puede limitarse a querer salvar el alma para otra vida ultraterrena.

El mundo ha sufrido ya bastante, tanto del extremismo teocrático como del no menos extremismo liberal. Ni monismo ni dualismo son la solución. Pero esto implica la superación del pensar dialéctico y la transformación cultural aludida.

3. Las artes no pueden limitarse a puro entretenimiento; pertenecen al nivel mismo de la actividad humana, como lo político y como lo religioso. Las artes tampoco pueden ser una especialidad de los llamados artistas. La vocación artística pertenece a la misma naturaleza del hombre. Las consecuencias en el campo de la educación son más que palmarias. La mayor dificultad para la revalorización de las artes no estriba tanto en la cuestión económica y de ganarse la vida (como si la vida hubiera que ganársela), sino en la atrofia civilizacional de las mismas categorías artísticas del ser humano, de hecho reducido a un ente económico y a una cosa pensante con desvalorización del elemento tanto lúdico como afectivo de la humanidad.

Tres observaciones generales cierran esta nota.

La primera consiste en una nota de optimismo, a saber, en el reconocimiento que una tal reunión hubiera sido tanto irrealizable como impensable hace sólo unos pocos lustros.

Algo más que la guerra fría lo impedía, el convencimiento de que el mundo tenía un solo destino y que éste era el diagnosticado con los conceptos elaborados por la cultura occidental. Los fracasos son demasiado rotundos para una tal ingenuidad..

Habría que recordar aquí la discreta labor de los intelectuales, en especial aquellos dedicados al diálogo entre culturas y religiones (separación impensable fuera del mundo occidental). Antes que lanzarse a buscar soluciones, debemos paramos a pensar si los problemas de la humanidad son los mismos y si además están bien planteados. Ya en su Misión de la Universidad, de 1930, Ortega y Gasset denunciaba la "fragmentación que... ha padecido el hombre europeo" y afirmaba que, ignorando lo que es "el cosmos físico", quien "dice ser médico o magistrado o general o filólogo u obispo... es un perfecto bárbaro, por mucho que sepa de sus leyes, o de sus mejunjes o de sus santos padres". Observación que debería aplicarse también a los políticos y ampliarse de la interdisciplinaridad al conocimiento de otras culturas.

Tanto el pluralismo como la interculturalidad son algo más que una elucubración intelectualmente teorética. Hoy día son factores indispensables para la paz del mundo y el futuro de la humanidad.

La segunda observación es una nota de prudencia, porque la tensión entre lo urgente y lo importante requiere tanto temperar a los políticos y activistas, impacientes por lo urgente, como estimular a los religiosos y contemplativos, que creen a menudo poderse permitir el lujo de dedicarse exclusivamente a lo importante. No podemos sacrificar una generación para mejorar situaciones futuras ni tampoco olvidar que, sin tratar los problemas en su raíz, muchas soluciones sólo prolongan la agonía del sistema actual. El dilema es angustioso y el tema central de la reunión que trató de la responsabilidad es acuciante.

La tercera observación se resume en una palabra: humildad, porque, viviendo como vivimos en compartimentos estancos, ni siquiera un grupo tan privilegiado como el que se reunió en Praga posee los instrumentos necesarios para hacer frente a los actuales problemas imperiosos de la humanidad. Acaso estemos más unidos en el reconocimiento de nuestra común ignorancia que en nuestras respuestas particulares.

Todo esto surgió a relucir, clara, aunque discretamente, en la conferencia de Praga. De ahí la excepcional importancia de este Foro 2000, que espera continuar sus deliberaciones.

Raimon Panikkar, sacerdote y filósofo, es presidente de la Sociedad Española de Ciencias de las Religiones.

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