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Tribuna
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Cómo perder la cabeza en unas elecciones

Manuel Rivas

En la última novela de Antonio Tabucchi, La cabeza perdida de Damasceno Monteiro, el joven periodista y el veterano abogado protagonistas de la historia mantienen una interesante conversación sobre el "principio de realidad" enunciado por Lukács.La realidad existe, proclama un grafiti en un muro de Santiago. Es curioso que venga a recordar esto una pintada ácrata.

Antonio Couceiro, 43 años, hijo de un conocido fiscal coruñés, es una de las esperanzas blancas de la derecha gallega, con un bigote un poco más ortodoxo que el de Aznar. Ingeniero y diplomado en Administración de Empresas, es consejero de Industria del gobierno en funciones presidido por Fraga. En su terreno de gestión parece atenerse al "principio de realidad", pero cuando describe a la oposición uno tiene la sensación de que quien se dirige al público no es un joven liberal-conservador europeo sino un instructor de contrainsurgencia en la América latina de los años 60 y 70.

Couceiro sigue el manual de campaña del PP, que aconseja ningunear a los oponentes y presentarlos como no aptos para la alternancia, pero lo lleva a unos límites tan grotescos que harían palidecer a la corbata de José María Carrascal. Los socialistas y sus aliados de la nueva izquierda ecologista son para Couceiro un peligroso frente "social-comunista-verderolo" que, de gobernar, llevaría a Galicia a la antesala del apocalipsis. Y por ahí anduvo España, en los 13 años de gobierno socialista, hasta que vino a rescatarla Aznar con ayuda de la providencia. Es de suponer que si Lionel Jospin visita un día Galicia, Couceiro correrá a refugiarse en lo alto de la chimenea de Endesa en As Pontes, conocida popularmente como o carallo máis grande de Europa. No hablemos ya de la amenaza del Bloque, un caótico conglomerado donde se agolpan "separatistas, leninistas, maoístas y troskistas", que proyectan convertir las tranquilas aldeas en comunas e imponer un extraño idioma "con acento miñoto". Una referencia, se supone, al río Miño, que como todo el mundo sabe está en China.

Según las encuestas, semejante tropa descrita por Couceiro obtendría al menos un 45% de los votos. O sea, que uno de cada dos gallegos es un bala perdida. El Cesid todavía no se ha enterado, pero los montes galaicos son la selva chiapaneca y cualquier día aparece el subcomandante Marcos en Mondoñedo del brazo de monseñor Gea Escolano. Menos mal que después, sin manual, habla Augusto César Lendoiro y no se mete con nadie, sólo, y sin citarlo, con el alcalde coruñés Paco Vázquez, que para eso fueron compañeros de colegio. Lendoiro dice que nos quiere mucho a todos, menos a Paco, claro, y promete tantas carreteras como goles. Cariño, asfalto y fútbol. Eso sí que es principio de realidad.

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