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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Boda en Barcelona

LEJOS DE cuentos de hadas, lejos de matrimonios de conveniencia y lejos de antiguas cursilerías, el enlace de la segunda hija de los Reyes, la infanta Cristina, con Iñaki Urdangarín, ha sido una boda moderna entre dos jóvenes que, de procedencia muy dispar, han decidido compartir la vida y las responsabilidades que tienen. En principio no es otra cosa lo que hacen las decenas de miles de parejas que se casan todos los años en España. Y sin embargo, a nadie se le escapa que sus vidas y ante todo sus responsabilidades son distintas y mayores.Bien hicieron los novios en elegir Barcelona como escenario. Como Sevilla en 1995 con la boda de la infanta Elena y Jaime de Marichalar, ha acogido con gran afecto a la pareja. Millones de españoles y centenares de millones en el mundo siguieron la ceremonia por televisión. Y tanto la organización como la retransmisión fueron impecables.

La sobriedad de la familia real siempre ha sido muy valorada por los españoles. Es una de las razones -hay otras muchas- por las que la Monarquía española se ha ganado el respeto de su pueblo. Cuando ligó su andadura al comienzo de la transición democrática, todo esto estaba lejos de sobreentenderse. Como hemos comprobado en recientes y tristes acontecimientos, las familias reales están, inevitablemente, expuestas a los medios. Y su solidez y prestigio no dependen sólo de su funcionalidad y su buen hacer institucional. En gran parte depende de su popularidad, que no es sino el efecto que sobre la población tiene la actuación de una familia a la que se otorga constitucionalmente un papel extraordinario, pero a la que también se exige una conducta especial. En España, y pese a algunas -nuevas aficiones de quienes quieren descalificar a todo el sistema, a la transición que lo generó y las instituciones que lo defienden, están fuera de duda la popularidad de la familia real y el respeto a esta institución que ha sido básica para la convivencia civilizada en este país. Ahora, de vuelta a la continuación de ese trabajo diario, sólo cabe desear lo mejor al nuevo matrimonio y dar la enhorabuena a la Casa Real.

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