Armarse
Hay un día de septiembre en que te sale al paso, tal como la dejaste, la realidad pospuesta por el verano, y temes que todo seguirá igual que antes -o peor, que es la forma de ponerse interesante que adopta lo que no se renueva-, con idénticos vicios, similares salmodias, parejos jeremías de quita y pon. Y ves el muro de frases pronunciadas en vano tapiando el cementerio de hechos perpetrados deliberadamente, la rutina de vulgaridad, el desfile de fanfarrias, el brillo opaco de verdades oficiales, la charca feliz de mentiras comunes. Los juicios espesos y lentos, los héroes patrios.Si ese día te da por usar taxis, invariablemente lo pasarás crucificada entre un conductor ultra sur de la COPE y un taxista aficionado al ciclismo que compartirá contigo su desolación por la sosería de la Vuelta. Para que te vayas enterando.
Pero así como existen los castaños y algún que otro paso de peatones no del todo invadido por los automóviles, y el silencio interior y la mejor memoria de cada uno con que llenarlo, surge ahora mismo la oportunidad de armarse con poesía hasta los dientes. Por un módico precio (395 pesetas el volumen: menos que el Hola), aparece una colección pequeña por fuera y grande por dentro, dirigida por Anna Maria Moix y editada por Plaza y Janés. Sin notas, sin doctas reflexiones, sin barbas culturales: poesía tal como la escribió su autor -Ginsberg, Rossetti, Atxaga, Vázquez Montalbán, García Lorca, Quevedo: seguirán más-, que salta a la calle desde las guaridas exquisitas para (sin más peso que el del alma), meterse alegre e irrespetuosamente en bolsos y bolsillos, en cotidianeidades.
De modo que, si se ven acorralados, desenfunden su ejemplar y envuélvanse en palabras como en cartas de amigos.
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