Comunismo o democracia
En plenos años oscuros de la represión estaliniana, Palmiro Togliatti formuló ante el austríaco Ernst Fischer un sorprendente pronóstico: "Si algún día regresásemos a nuestros países, hemos de tener presente desde un principio que la lucha por el socialismo significa lucha por mayor democracia. Si nosotros, los comunistas, no nos convirtiésemos en los más consecuentes demócratas, la historia nos arrollaría". No se trataba solamente de asumir un objetivo político. La democracia era todo lo contrario del "mecanismo triturador de hombres" en que según el mismo Togliatti se había convertido el comunismo bajo Stalin. De este modo, el reencuentro con la democracia suponía mucho más que un viraje táctico en la trayectoria iniciada en 1917. Constituía la clave para eliminar el tremendo lastre derivado de una actuación sanguinaria y represiva que había hecho de un proyecto orientado inicialmente a la emancipación una "maraña indescifrable", en la cual solamente cabía percibir una voluntad ilimitada de perseguir a un mundo de enemigos reales o imaginarios. De no asumir a fondo la democracia, en consecuencia, el juicio de la historia para el comunismo exigía necesariamente su desaparición.La profecía del comunista italiano se apoyaba sobre las enseñanzas de un proceso político muy breve en el tiempo, pero en cuyo seno esa tensión entre democracia e irracionalidad tuvo ya suficiente espacio para desplegarse. Después de tantos años refugiados en la condena leninista de las "ilusiones democráticas" el ascenso del fascismo y el contenido plural de las movilizaciones sociales a él opuestas provocaron un viraje de 180 grados en la posición comunista respecto de la democracia. Fue la era de los frentes populares y de la defensa de la democracia republicana en España a partir de julio de 1936, anticipo de lo que sería la memorable actuación de los comunistas en el interior de los distintos movimientos de resistencia frente al nazismo durante la Segunda Guerra Mundial. Pero el periodo de los frentes populares fue también el de la culminación del estalinismo, de los grandes procesos y de unos métodos de represión y de exterminio que en nada tuvieron que envidiar a los de Hitler. Incluso en la defensa de la democracia, como ocurrió en el caso español, el núcleo estaliniano acabó imponiendo su ley para desembocar en un camino hacia la democracia popular, sólo truncado por la derrota. La secuencia se repitió, con los resultados conocidos, en la Europa del Este y en el resto del que había de llamarse campo socialista.
Esta doble cara del movimiento comunista le acompañará hasta su crisis final en la década de los ochenta. De nuevo lo ocurrido en España resulta paradigmático, con un partido comunista al que se deben los mayores y más eficaces esfuerzos por recuperar la democracia y mejorar la condición de vida de las clases trabajadoras. Por eso es simplemente innoble que gentes de la derecha española que se dicen demócratas puedan servirse de la calificación de "comunista" como un insulto, según acaba de ocurrir en el homenaje a Miguel Ángel Blanco.
Ahora bien, tampoco cabe olvidar que ese contenido democrático dominante en la acción del PCE desde que en 1956 formula la política de reconciliación nacional, deja sin resolver las cuestiones de fondo con el modo estaliniano de hacer política. Ni siquiera después de la rotunda condena de la invasión de Checoslovaquia por el Pacto de Varsovia, en agosto de 1968, es abordada la transformación definitiva, y la profesión de fe estrictamente es vista dentro del partido como algo ajeno a unos principios que se adscribían al molde soviético. Cierto que Carrillo impuso el objetivo democrático en su eurocomunismo, pero había que leer las cosas que desde el mismo Mundo Obrero escribía sobre el eurocomunismo el ya diputado Alcaraz. Y cuando los resultados electorales fueron mal y se abrió la polémica, Santiago Carrillo se dejó de democracias y desencadenó un proceso de expulsiones y autodestrucción, incluso con el juego de invocación de las normas para golpear desde arriba y asambleas fraccionales para dinamitar al otro desde abajo que ahora estamos contemplando en la actuación neoestaliniana de Anguita. Aquí sí la historia se repite, aun cuando en el caso de Carrillo hubiese el sorprendente matiz de que con la caza de brujas y las expulsiones destrozaba su propia trayectoria eurocomunista. Ahora Anguita tiene la ventaja de que lo destrozado, Izquierda Unida como formación plural para la renovación de la izquierda, lo pusieron en marcha otros. Entre ellos, los borrados del mapa en la actual purga.
Sin pretenderlo, Carrillo explicó el fondo de su fracaso al relatarle a una historiadora rumana cómo él había visto posible la conjugación de una política democrática con el partido "de siempre", el soviético, el de Stalin, que marcó el antecedente más claro del eurocomunismo al defender en 1936 la democracia republicana en España. Por supuesto, el ejemplo sirve, pero para lo contrario. Del mismo modo que todo intento de renovación en las democracias populares acabó aplastado mediante el uso de la fuerza por los sucesores de Stalin desde Moscú, todo ensayo de democratización desde el partido de tipo soviético -fuera éste el PCE o el PCF- fue antes o después ahogado por una forma de hacer política y considerar el papel del partido no menos heredada de Stalin. La crisis de 1981 en el PCE lo puso de relieve, como hoy su reedición en el marco de IU. Nació ésta para reconstruir una izquierda en ruinas desde el desplome del PCE, pero ha acabado convirtiéndose en la máscara de apariencia plural que hace posible la supervivencia de un PCE en ruinas. Dicho con una expresión gráfica, es un caso claro de vampirizacion. Inevitable por otra parte desde el momento en que el PCE se negó a reconocer en 1991 su propia muerte política y paralelamente buscó refugio en una confirmación de sus esencias ideológicas adoptando una óptica de "clase contra clase".
Lo sucedido resulta, pues, perfectamente lógico, y por eso las fechorías políticas del actual grupo dirigente del PCE-IU han podido ser relatadas incluso antes de que las cometieran. Anguita y los suyos no podían tolerar que resurgiera el espíritu plural de la primera IU, aun cuando consiguiesen una victoria de apariencia aplastante en la V Asamblea. La evolución política del país no autorizaba a mantener la actitud de confrontación permanente con el PSOE, en tanto que el PP obtenía gracias a las "dos orillas" unas cuotas de poder a todos los niveles muy superiores a las que le asignaron los sufragios. Sólo una IU monolítica haría posible empecinarse en el sectarismo sin riesgos a medio plazo para un coordinador cada vez más autoritario y convencido de su infalibilidad. Lo único que quedaba fuera de campo es el recurso trapacero a la inscripción de todas las siglas posibles para impedir su utilización por los expulsados in péctore. La apreciación de Mlynar sobre el carácter gansteril del modo de acción estaliniano se ve confirmada una vez más.
El precio a pagar por toda la izquierda es muy alto. De inmediato, en Galicia, lo que pudo suponer un aliciente para propiciar desde la izquierda la derrota de Fraga, se convierte en espectáculo de división que, al sumarse a la presentación de una candidatura anguitiana, refuerza aún más al ex ministro de Franco. En Cataluña, es un doble golpe, que hiere de muerte a Iniciativa per Catalunya y de paso disminuye las posibilidades de una versión en esa nacionalidad del Olivo. Para el propio PSOE, si bien puede favorecerle desde la perspectiva del trasvase de una importante proporción de votos, bloquea la estrategia de causa común esbozada por Almunia y refuerza las orientaciones defensivas, ya que la principal tarea anguitiana será en el futuro, la fructífera de desenmascarar el reformismo. Y en cuanto a IU, puede convertirse en un fértil vivero de grupúsculos antisistema, aglutinados por un radicalismo anticapitalista que en el fondo será cada vez más distante respecto de la democracia. Todo in preguntarse siquiera por los resultados de su apoyo fáctico al PP, cuyo líder supremo tan bien comprende a Anguita, a diferencia de González.
Es un resultado esperpéntico, ante el cual sólo cabe poner en práctica la máxima, gramsciana del optimismo de la voluntad para compensar el pesimismo de a razón. Una vez comprobada la incompatibilidad, aquí y ahora, entre el comunismo y una izquierda democrática, sólo cabe abordar el ensayo de poner en pie la segunda. Diferenciada del PSOE, pero resuelta a la unidad de acción. Dispuesta a estrechar relaciones con los sindicatos y a ensayar la creación de una cultura política que de una vez nos aleje de quienes no han sabido liberarse ni liberamos de la sombra del gulag.
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