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VUELTA 97

El altruismo de la fantasía

Jiménez, arrastrándose toda la etapa, lanza un brindis a la afición atacando como un superclase

Carlos Arribas

"Estoy fastidiado, fastidiado". Faltan 80 kilómetros para la meta, falta lo más duro, y nadie da ni un duro por la suerte de José María Jiménez. El Chaba es el del día anterior, el de la gran pájara. Lleva haciendo toda la etapa entre los coches, arrastrándose, quedándose en los repechos, viviendo una auténtica miseria. Su director, Eusebio Unzue, anuncia públicamente que probablemente engrosará la lista de bajas del Banesto con Olano y Orlando Rodrigues. "Va a intentar seguir pero veo casi imposible que ni siquiera llegue". Una cruz más para el equipo que había llegado a la Vuelta más ilusionado que nunca: su escalador nato, el hombre del tirón popular, el banderín de enganche del equipo, debería abandonar.Pero Jiménez es un genio. Es imprevisible. Es el Pantani español, con sus limitaciones. Al igual que el italiano, en tantas etapas hecho polvo de salida y luego un rayo acercándose a la meta empinada, así El Chaba. Fue llegar a Granada y su alma cambió. "Se inspiró en el aire", dice Unzue. Fue ponerse cuesta arriba la carretera, acercarse a los 2.520 metros de la cima, fue purificarse más aún el aire, y El Chaba transformarse más y más. Después de ayudar a un Casero descolgado, Jiménez tomó la decisión. "Fue un homenaje a la afición", dice. Un decirle que aún estaba vivo, que no se iría de la Vuelta sin que vieran al campeón de España en todo su esplendor.

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Faltaban aún 15 kilómetros. El viento soplaba y el pequeño grupo de resistentes resoplaba bajo el ritmo de Jeker. Las peores condiciones para una escapada, para una arrancada de genio. Pero el altruismo de la fantasía no entiende de tácticas; la generosidad pura, el regalo de un escalador atacando, no tiene sentido si no es también loca. Alocada como El Chaba.

Mikel Zarrabeitia intentó saltarle a la rueda y quedó reventado. Poco después se descolgaba. Un Kelme, otro bejarano que sube, Roberto Heras, y un mulo francés, Ledanois, saltaron a capturarle. Heras desistió; Ledanois persistió. Unzue iba pegado a su corredor -ya no entre los coches, ya no arrastrándose, sino volando libre- cuando veía acercarse al bólido francés. "Te va a pasar, Chaba", le dijo. "Pero no importa. Has hecho lo que debías hacer. Lo importante era saltar".

Al Chaba le pasó el francés. Tampoco pudo ser segundo, porque a 25 metros le alcanzaron también las furias desatadas por Escartín. Se vio envuelto en el sprint y acabó cuarto. Pero no importaba. Acababa de hacerle un regalo a la afición. Y para chulo, él. "Zülle es el mejor, es un corredor acojonante, es el que más clase tiene del pelotón... después de mí". Y se ríe a carcajadas. Es un genio.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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