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VUELTA 97

Escartín remata a Jalabert

Dufaux, nuevo líder tras el hundimiento del francés Zülle recupera el papel de gran favorito Tonkov pierde 28 minutos

Carlos Arribas

Algo hizo clic en el cerebro de Fernando Escartín. Está harto el aragonés de la imagen de chuparruedas. Está harto ya de ser siempre uno de los favoritos, uno de los que siempre están ahí pero nunca se dejan ver, uno del montón. Ha decidido que ser cuarto no le vale, que no va a añadir nada a su carrera. Ya por la mañana, poco antes de tomar la salida de una etapa histórica, estaba decidido a convertirse en el protagonista, en el hombre que encendiera la mecha e hiciera explotar todo. La retirada de Olano probablemente le reafirmó. Es la única esperanza española ahora. Y el chaval de Biescas, el tímido, callado y oscuro ciclista, agarró el toro por los cuernos. No sólo salió ileso del embate y cambió su imagen, enamoró, sino que también se cobró una víctima ilustre: el francés Laurent Jalabert, líder hasta ayer, perdió más de ocho minutos en cinco kilómetros justos, los últimos de la infernal subida a un Sierra Nevada azotado por el viento. Por 13 segundos no es Escartín líder, las bonificaciones que permiten al suizo Laurent Dufaux vestirse de amarillo. El ruso Pável Tonkov, uno de los favoritos sobre el papel, perdió más de 28 minutos. Hoy decidirá si se retira. La etapa la ganó el francés Yvon Ledanois, un escalador sorpresa que no molestaba a los primeros de la general. Se fue por eso, a 15 kilómetros dé la meta, y por riñones. Se exhibió y logró el mayor triunfo de su vida.La Vuelta se ha convertido en la carrera de la eliminación por sorpresa, en un parte cotidiano de víctimas ilustres. Alex Zülle, el corredor de más clase del pelotón, el mejor contrarrelojista, el hombre más fresco -abandonó el Tour a las primeras de cambio-, es el gran favorito lógico. Su director, Manolo Sáiz, sin embargo, se cura en salud, visto lo visto. "En esta Vuelta no se puede afirmar nada", dijo. Y sólo se lleva una semana de carrera.

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La ONCE tenía prisa por rematar la faena iniciada en la Cabra Montés. Había que aprovechar el momento ahora que sus corredores estaban perfectos de forma y motivados como casi siempre, con la sangre de Olano reciente. El terreno, además, era el ideal para su estrategia de casi siempre: tirar hasta la extenuación para reducir a la nada la capacidad de los demás. Y una vez machacados, rematarlos. Todas las Alpujarras fueron espectadoras del desfile manu militari, de los vagones enganchados a la locomotora ONCE. Sin embargo, la etapa era dura, muy dura. Y el calor, abrasador. Quedaba Sierra Nevada, el lugar del ajusticiamiento. Lógicamente, el de los rivales, paradójicamente, el propio.

La ONCE comenzó a acelerar la marcha al comienzo del largo y tendido puerto -30 kilómetros al 5,71%- por medio de Cuesta, pero cuando el burgalés se agotó, su relevo lo tomaron los Festina. Sólo Zarrabeitia entre los gregarios de la ONCE había aguantado hasta allí con fuerzas para trabajar algo. No se sabe si los Festina habían visto síntomas de debilidad en Jalabert, pero su ritmo le vació. También hundió a Tonkov, a Casero, a Rominger y a Chiappucci.

Tampoco sabía Escartín si Jalabert sufría cuando a falta de cinco kilómetros su cerebro hizo clic y atacó. Sólo le resistieron en un principio Zülle y Dufaux. Jalabert se quedó. Y viéndolo así de mal, el aragonés, el que se atrevió a descubrir que Jalabert era batible, volvió a atacar. Y siguió tirando del grupo, tragándose todo el viento, dejando a los demás incapaces de relevarle. Le invitó a colaborar a Dufaux, pero el suizo no aceptó el convite para intentar dejar a Zülle, el gran enemigo de ambos. No se sabe si porque no podía o por miedo al viento o porque tenía órdenes de no moverse hasta el último kilómetro y medio, pero sólo atacó para sprintar y levantar el brazo en triunfo al cruzar la meta. No sabía que antes había entrado Ledanois. Jalabert -"menudo pajarón llevaba", dijo un cariacontecido Manolo Sáiz que definió la jornada como de "cara y cruz"-, la mirada blanca, la lengua seca, llegó ocho minutos después. No se sabe si con la ayuda de Dufaux Zülle habría sufrido, pero sí que gracias a la falta de colaboración, la figura de Escartín se agrandó hasta límites que no conocía.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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