Transgresión y tragedia
"Dios castiga sin palo ni piedra": el dicho de la infancia saltó, automático, al encuentro de la noticia. Así se nos engaña desde niños, y esas frases duran siempre. Deja uno de creer en Dios, por sus razones, pero lo invisible acreditado que carga sobre la transgresión está siempre a punto para falsear. Docenas de mitos con que está claveteada la conciencia -a partir de esa misma trampa de la transgresión, que viene también de los prudentes griegos, tragediantes creadores del miedo- van apareciendo: los motoristas de la prensa rondando en torno al enorme carruaje en el túnel de París llamado del Alma, cielos -el río Alma, en Crimea: hubo una de aquellas batallas-, que parecerían las Erinias, o las Moiras; "las moscas", las llamó Sartre en una tragedia grecofrancesa. Pobres compañeros -de otro género, pero que es el mismo mío: lo de los periódicos es igual para todos-, acusados ahora por querer la foto de los ya mil veces fotografiados, de la princesa de la cara pánfila (Carmen Rigalt) y del árabe rico (nunca van con los pobres); pobres víctimas a quienes les hubiese sido tan fácil dejarse fotografiar una vez más; pobre, jactancioso chófer que estrelló su Mercedes.El accidente es siempre hijo de sí mismo. De mil segundos aislados pero concatenados. El puritano siempre querrá mezclar al dios que corresponda, para asustar a las chiquillas y a los moros, para tranquilizar al arzobispo de Canterbury, para el sic semper... al que se dedicaron con fruición los dramaturgos a sueldo. El literato, para ligar la prosa y acumular citas. Y en las covachuelas de los ministerios, para agradecer este final a la razón de Estado. En esa Corona, la razón de Estado siempre se ha producido con piedra o palo, o sea, con hacha o con horca, o puñal en la espalda. Ah, y en otras coronas, y en otras presidencias, estados, dictaduras, o lo que sea. El accidente del Alma ha salvado al príncipe: ya no tiene ataduras religiosas externas y unos hijos que son puntos limpios. Pero ahora tendría que morir el pobre marido de la amante para que el cuento de hadas real terminase bien. Aunque fuera con el estilo morganático. Mejor aún termina el cuento: no tiene ni siquiera que casarse, puede ser un rey viudo con la fuerza con que fue reina viuda la que montó su imperio que a él se le convierte en polvo. Y tener sus gratas entrevistas en cualquier cottage que le preste un súbdito. Noble o nobilizado.
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